sábado, 31 de diciembre de 2011

Homilía de Mons. Jorge Lozano en la Misa con ocasión del 7mo aniversario de Cromañon


Misa Séptimo Aniversario
con Familiares de Víctimas de Cromagnon

Catedral Metropolitana

La familia de Jesús, María y José, la Sagrada Familia, no tuvo una vida apacible y tranquila.
La fe navideña no nos remite a un escenario bucólico, y menos aún “mágico”. No  hubo varitas prodigiosas o cambios repentinos en Belén o Nazareth.
Después de las 12 de la noche aquel establo de Belén no se convirtió en una habitación de palacio, ni los animales en sirvientes vestidos con lujo, ni José y María en personalidades influyentes de su tiempo.
Muy pronto debieron huir a Egipto porque Herodes buscaba al niño para matarlo, movido por su sed de poder absoluto. Nada le era poco o mucho con tal de asegurarse el trono.
Fueron obligados a un largo recorrido geográfico, pero sobre todo interior. Rumiaban en el corazón lo que acontecía. Muchas veces sin entender demasiado.
El Evangelio que hemos proclamado nos relata uno de los momentos en que la Sagrada Familia, pobre y humilde, se dedica a un rito religioso importante para la fe de Israel. En este contexto los anuncios realizados por el anciano Simeón en el Templo llamaban la atención porque iban de un extremo al otro: la grandeza de este niño y la espada que atravesaría el corazón de su madre.
Jesús entra en el Templo en brazos de su mamá para purificar el Lugar sagrado, el culto, los sacerdotes, los fieles. Pero también entra en el mundo para dar sentido a las relaciones de la humanidad con Dios, y nos hace sus hijos, con los demás y nos hace hermanos, con las cosas y nos muestra el camino de la sencillez y de la sobriedad.
También quiere entrar en el corazón y la vida de cada uno de nosotros. Viene en brazos de su mamá y busca sanar las heridas de la vida y la muerte.
Dios sabe muy bien que albergamos muchas preguntas y algunas certezas muy firmes. Pero Dios cumple sus promesas y no abandona a su pueblo.
Hoy recordamos a 194 víctimas que murieron hace siete años. Nuestra oración se abre para abrazar a cientos de sobrevivientes y miles de tocados y atravesados por el dolor de la muerte. Para encontrar en nuestra historia tanta muerte joven de golpe tenemos que ir a tiempos de guerra o dictaduras. Nunca hubo tanta muerte joven en tiempos de paz y democracia.
La muerte era evitable. Lo inevitable fue el dolor y la indignación. Aquella noche trajo desolación, desgarro interior, soledad y angustia. Las mariposas y las flores se tornaron grises, los peluches se enfriaron, los pechos amigos quedaron con un vacío que reclama presencias.
Ante lo absurdo e irracional de la muerte hasta la fe más fuerte tambalea y se conmueve. Busca apoyo en la comunidad sufriente que evoca con memoria y se afianza a la experiencia. Juntos oramos. Juntos buscamos. Juntos hemos ido construyendo la esperanza.
La Carta a los Hebreos nos expresa la fe de una comunidad marcada por el sufrimiento y la persecución. Aquella comunidad se reunía, entonaba salmos y recordaba  la fidelidad de Dios.
La fe no los hizo acomodaticios con aquel mundo ni claudicar de sus convicciones. Afianzaron la esperanza no como vana y vacía ilusión, sino con la confianza en Jesucristo muerto y resucitado. La comunidad fue brazo firme y mano que acaricia.
Aquella primera comunidad cristiana se sostenía de pie, no como quien es fuerte e inconmovible, sino como quien desde su fragilidad es capaz de buscar apoyo y firmeza en el amor.

Nuestra experiencia es semejante. El Amor se hizo consuelo y bálsamo para las heridas no siempre bien tratadas por la sociedad y su dirigencia. ¡Cómo han sumado dolor al dolor las consideraciones superficiales e hipócritas! ¡Cómo han sumado dolor al dolor algunas actitudes que dejan el nefasto mensaje del “aquí no ha pasado nada” y dan vuelta la cara!

En esta tarde volvemos a encontrarnos en este Templo Catedral que tantas veces es y ha sido cobijo de nuestras esperanzas débiles. Aquí somos reconfortados en la fe y el amor para seguir caminando en la búsqueda de lo que merece la memoria de quienes murieron y la dignidad de ustedes, familiares y amigos.

En un rato acercaremos al altar 194 velas. 
194 sueños.
Nosotros sabemos que los sueños no se acaban.

+Jorge Eduardo Lozano
Obispo de Gualeguaychú

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