sábado, 5 de septiembre de 2015

Invitados a abrir los ojos, los oídos, el corazón

“Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete». Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».” (Marcos 7, 31-37)

El evangelio de este domingo nos relata un milagro de Jesús donde hace oír y hablar a un sordomudo.

Lo cierto es que Jesús no hizo muchos milagros sino solo algunos para suscitar un movimiento en el corazón e invitar algo más profundo. Este milagro nos invita a abrir los oídos, los ojos, el corazón.

Esta semana fuimos invadidos por la foto de un chiquito que falleció en un intento de buscar nuevos horizontes junto a su familia.

La guerra los hizo migrar, como a muchas de nuestras familias. En Argentina los menos somos herederos de algún pueblo originario o de alguna de las primeras familias españolas del siglo 16. Mi padre con sus padres vinieron de la Polonia post guerra. Otros de España o Italia, de algún otro país europeo. También en los últimos años tanto de Paraguay como Bolivia.

Realmente nos podemos identificar como un crisol de razas. Casi todos nuestros antepasados llegaron a Argentina escapando del hambre y buscando un mundo mejor.

Intuyo que Jesús hoy nos invita a abrir los ojos y los oídos a la realidad que nos circunda, a abrir el corazón.

Me venía a la mente la frase muy común entre nosotros “te lo dije antes pero vos nunca escuchas” o esta otra “está delante de tuyo y no lo ves” y el refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.

La realidad está ahí nomás y nos llama.

Jesús nos invita a que estemos más atentos. A que abramos los ojos, los oídos, el corazón. Que nuestras manos y nuestra boca se abra para acoger al otro que tenemos cerca, al prójimo, que no es otro que nuestro próximo.

Pidamos la gracia de dejarnos tocar el corazón y que la reacción a una foto no sea algo más sino el compromiso firme de intentar ser solidario con el otro que viene.


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