martes, 17 de mayo de 2011

Carta del P. Martín Lasarte misionero en Angola al New York Times

Querido hermano y hermana periodista:

Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace veinte años que vivo en Angola como misionero.

Me da un gran dolor por el profundo mal que personas que deberían de ser señales del amor de Dios, sean un puñal en la vida de inocentes. No hay palabra que justifique tales actos. No hay duda que la Iglesia no puede estar, sino del lado de los débiles, de los más indefensos. Por lo tanto todas las medidas que sean tomadas para la protección, prevención de la dignidad de los niños será siempre una prioridad absoluta.

Veo en muchos medios de información, sobre todo en vuestro periódico la ampliación del tema en forma morbosa, investigando en detalles la vida de algún sacerdote pedófilo. Así aparece uno de una ciudad de USA, de la década del 70, otro en Australia de los años 80 y así de frente, otros casos recientes… Ciertamente todo condenable! Se ven algunas presentaciones periodísticas ponderadas y equilibradas, otras amplificadas, llenas de preconceptos y hasta odio.

¡Es curiosa la poca noticia y desinterés por miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo! Pienso que a vuestro medio de información no le interesa que yo haya tenido que transportar, por caminos minados en el año 2002, a muchos niños desnutridos desde Cangumbe a Lwena (Angola), pues ni el gobierno se disponía y las ONG’s no estaban autorizadas; que haya tenido que enterrar decenas de pequeños fallecidos entre los desplazados de guerra y los que han retornado; que le hayamos salvado la vida a miles de personas en Moxico mediante el único puesto médico en 90.000 km2, así como con la distribución de alimentos y semillas; que hayamos dado la oportunidad de educación en estos 10 años y escuelas a más de 110.000 niños... No es de interés que con otros sacerdotes hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de 15.000 personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición, porque no llegaban los alimentos del Gobierno y la ONU. No es noticia que un sacerdote de 75 años, el P. Roberto, por las noches recorra las ciudad de Luanda curando a los chicos de la calle, llevándolos a una casa de acogida, para que se desintoxiquen de la gasolina, que alfabeticen cientos de presos; que otros sacerdotes, como P. Stefano, tengan casas de pasaje para los chicos que son golpeados, maltratados y hasta violentados y buscan un refugio. Tampoco que Fray Maiato con sus 80 años, pase casa por casa confortando los enfermos y desesperados. No es noticia que más de 60.000 de los 400.000 sacerdotes, y religiosos hayan dejado su tierra y su familia para servir a sus hermanos en una leprosería, en hospitales, campos de refugiados, orfanatos para niños acusados de hechiceros o huérfanos, en escuelas para los más pobres, en centros de formación profesional, en centros de atención a sero positivos… o sobretodo, en parroquias y misiones dando motivaciones a la gente para vivir y amar.

No es noticia que mi amigo, el P. Marcos Aurelio, por salvar a unos jóvenes durante la guerra en Angola, los haya transportado de Kalulo a Dondo y volviendo a su misión haya sido ametrallado en el camino; que el hermano Francisco, con cinco señoras catequistas, por ir a ayudar a las áreas rurales más recónditas hayan muerto en un accidente en la calle; que decenas de misioneros en Angola hayan muerto por falta de socorro sanitario, por una simple malaria; que otros hayan saltado por los aires, a causa de una mina, visitando a su gente. En el cementerio de Kalulo están las tumbas de los primeros sacerdotes que llegaron a la región…Ninguno pasa los 40 años.

No es noticia acompañar la vida de un Sacerdote “normal” en su día a día, en sus dificultades y alegrías consumiendo sin ruido su vida a favor de la comunidad que sirve.

La verdad es que no procuramos ser noticia, sino simplemente llevar la Buena Noticia, esa noticia que sin ruido comenzó en la noche de Pascua. Hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece.

No pretendo hacer una apología de la Iglesia y de los sacerdotes. El sacerdote no es ni un héroe ni un neurótico. Es un simple hombre, que con su humanidad busca seguir a Jesús y servir sus hermanos. Hay miserias, pobrezas y fragilidades como en cada ser humano; y también belleza y bondad como en cada criatura…

Insistir en forma obsesionada y persecutoria en un tema, perdiendo la visión de conjunto crea verdaderamente caricaturas ofensivas del sacerdocio católico en la cual me siento ofendido.

Sólo le pido amigo periodista, busque la Verdad, el Bien y la Belleza. Eso lo hará noble en su profesión.

En Cristo,

P. Martín Lasarte sdb

(Angola – domboscolwena@hotmail.com)

¿El celibato o la oscuridad?

La Iglesia debe aprender, pedir perdón y cambiar. Rafael Velasco, sj.
(Publicado en La Voz del Interior, 9 de abril de 2010)

A raíz de los escándalos de abusos sexuales contra menores, perpetrados por sacerdotes de la Iglesia Católica, se ha levantado -otra vez- el debate acerca del celibato sacerdotal.

El celibato es una ley de la Iglesia que proviene no de la Biblia sino de una ley eclesiástica muy antigua (del primer milenio) y que en el catolicismo romano occidental es obligatoria; no así en el rito oriental, como tampoco en las iglesias ortodoxas ni en las iglesias reformadas.

Celibato y pedofilia. Me parece un error decir que el problema de los abusos se debe al celibato obligatorio.

Por un lado, hay razones psicológicas, antropológicas y teológicas más que suficientes para plantear la posibilidad de que sea optativo el celibato sacerdotal. Razones que, en todo caso, deben ser discutidas dentro de la misma Iglesia Católica. Pero considero que es un error utilizar esos casos -lamentablemente numerosos- de pedofilia y abusos por parte de los célibes para, montados sobre ellos, esgrimir argumentos en contra del celibato. Es algo un poco abusivo para mi gusto.

En primer lugar , porque parece que los únicos -y los primeros- abusadores son los sacerdotes, cosa que no es cierta. Por el contrario, es clarísimo que la mayor cantidad de casos de abuso a menores se da en el seno de las familias: miembros de la familia muy cercanos, padres, tíos, hermanos, abuelos. Y, por lo general, esas personas no son célibes. Son enfermos (como los sacerdotes y religiosos que abusan de niños). Personas enfermas que, además, cometen un crimen y deben ser tratados de acuerdo con sus actos.

La oscuridad. Hay que evitar los argumentos engañosos. El problema -además de lo enfermo del abusador y lo criminal de la acción- reside en la oscuridad con que se han manejado estos casos. Por poner en primer lugar la imagen de la Iglesia, que no debía ser "mancillada", se subordinaba a ello la verdad y el sufrimiento de inocentes y de sus familias. Eso ha estado mal. Eso, además, ha agrandado las cosas y las ha distorsionado.

El problema, más que celibato sí o celibato no, ha sido, junto con una concepción abusiva de la autoridad, el encubrimiento, la falta de transparencia en el manejo de estas situaciones. Y en eso la Iglesia debe aprender, pedir perdón y cambiar. En una sociedad en la que la transparencia es un valor importante, no se puede seguir obrando en secreto. Tal vez estas dolorosas situaciones ayuden también a la Iglesia a adoptar una cultura de mayor transparencia.

Un valor. Sin embargo, el celibato es un valor. El celibato por el Reino de Dios es un camino al que algunos nos hemos sentido llamados. En una cultura que endiosa el tener, el poder y el sexo, algunos nos hemos sentido llamados a compartir los bienes en comunidad, a ofrecer nuestra libertad para ser enviados en misión a donde haga más falta y a entregar nuestros afectos a Dios a través de un servicio comprometido con los hombres y mujeres a los que somos enviados.

De esta manera, nos sentimos llamados a servir a las personas y a Dios. De este modo nos sentimos invitados a reflejar -con nuestras vidas llenas de miserias y grandezas- que sólo Dios basta. Es un modo de vida; no es el único ni el mejor: es una vocación. Y está bien que sea eso: una vocación, un don, una llamada y no una imposición.

Pero temo que, muchas veces, al hablar sobre el celibato -desde los medios en particular- lo que se está diciendo no es que deba ser opcional, sino que debería ser abolido (palabras más, palabras menos: que todos los sacerdotes y religiosos deberían casarse).

Y ése es un discurso bastante autoritario, porque desde la propia perspectiva se quiere imponer a los demás un modo de vida. Lo que no se entiende, desde esa perspectiva, entonces es raro o malo.

Por eso, creo que hay que separar bien los temas, para no caer en lo mismo que se critica.

El problema aquí es que hay crímenes que deben ser juzgados y castigados, sea quien fuere su autor. Quien los comete, además de ser una persona con tendencias enfermizas, ha cometido un delito y debe pagar. Pero también hay que decir que esos delitos no son exclusivos de célibes, sino que son cometidos en gran número en el seno de las familias y también son encubiertos y silenciados.

Pero, en el fondo, quienes deben estar en el centro de la atención y del cuidado son las víctimas. Y aquí, los principales afectados -las víctimas de los abusos- son perjudicados doblemente: por el abuso, primero, y luego, por el manto de silencio impuesto. Con lo que su dolor, al no ver la luz, queda en la oscuridad y causa daños a veces irreparables.

Por eso, creo que el problema no es el celibato sino el encubrimiento; la oscuridad a la que se somete a las víctimas.

*Rector de la Universidad Católica de Córdoba (UCC)

El desafio del Paco

Equipo de Sacerdotes para las Villas de emergencia (Arzobispado de Buenos Aires)Buenos Aires, 24 de junio de 2010

“En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor.” San Alberto Hurtado.

En primer lugar quiero, en nombre del Equipo de Sacerdotes para las Villas de emergencia, agradecerles su participación. Esta conmemoración ha reunido a personas de distintas procedencias, partidos políticos, y posición respecto al tema que nos convoca. Han venido personas que trabajan en los tres poderes del Estado, ya sea a nivel nacional como local, representantes de Organizaciones de la Sociedad Civil, de los Organismos del Estado que abordan las políticas de Drogas y Trabajadores de los medios de comunicación social. También participan Voluntarios, Familiares, Chicos y Chicas en tratamiento en el “Hogar de Cristo”, nuestro centro de recuperación.[1]

Nos hemos reunido en este colegio de Don Bosco, para pedirle a este gran santo que nos contagie su mística de cuidado de los niños y jóvenes más pobres y vulnerables. La verdad es que tenemos que reconocer con humildad y dolor que el mundo de los adultos abandonó a los chicos en situación de pobreza y los dejó en manos de “aquellos que no les importa nada de sus vidas y les ponen veneno en sus manos.”[2]

Vivir nuestra misión en las Villas y la experiencia que nos ha dado el “Hogar de Cristo” nos animan a transmitirles algunas convicciones que consideramos pueden ser útiles para enfrentar el desafío que el Paco presenta a nuestra Sociedad. Es importante que quede claro, no estamos hablando de las drogas en general, sino del paco en nuestras Villas.

Hace pocos días, con el equipo de curas de las villas estábamos comentando la película “Casas de Fuego” de Juan Bautista Stagnaro, que narra la epopeya del Dr. Salvador Mazza en su lucha contra el mal de Chagas. En ella aparece una carta que el Dr. Carlos Chagas envió al mismo Dr. Mazza en 1928. Agobiado por el peso del mal, le decía:

"Si desea investigar esta enfermedad, tendrá todos los gobiernos en contra. A veces pienso que más vale ocuparse de crustáceos y batracios que no despiertan la alarma de nadie"

Nos dio que hablar. El Dr. Chagas veía lo difícil que sería encontrar la salida del Mal. Todas las medidas sanitarias resultaban insuficientes frente a las dimensiones del problema. Esa enfermedad no se solucionaba simplemente con una vacuna, o un medicamento. Por cada enfermo del Mal que aparecía, detrás había una familia viviendo por debajo de la línea de pobreza, en ranchos precarios de barro y de paja. Toda la política social del país y las provincias debían acompañar a la política sanitaria. De lo contrario no habría solución. El Mal de Chagas, no era más que el doloroso síntoma de una enfermedad más profunda.

Estamos convencidos que cuando hablamos del Paco estamos hablando de un fenómeno de naturaleza similar. Si el Mal de Chagas es una ventana que exhibe la pobreza del interior de nuestro país, entonces el Paco denuncia la miseria de las grandes periferias urbanas. Hoy se escucha que el Paco llegó a la clase media y alta pero sin embargo no es tan así. Otras clases podrán consumir paco, podrán venir a la villa para hacerlo, podrá tratarse de la misma sustancia comprada en el mismo lugar. Pero el paco será entonces simplemente una droga. En nuestros barrios es mucho más… Cuando el hospital no está preparado para recibir a los chicos, cuando las posibilidades de internación están todas demasiado lejos, cuando no se tienen los documentos y no se puede hacer casi ningún trámite, cuando en la escuela ya no hay lugar para ellos, cuando el mundo de trabajo les resulta esquivo, cuando la justicia es solo el organismo que los inculpa por las consecuencias del consumo, cuando el único sitio que los recibe es la calle, cuando no hay esperanzas, entonces estamos frente al paco más terrible. No importa tanto si el paco es lo que queda de la cocaína o si no se sabe bien que es, lo más terrible es que hace explotar la marginalidad.

El paco es un rostro nuevo de la exclusión, más sangriento. Entender esto es el principio de la solución. Porque si no lo captamos seguiremos pensando que con las respuestas que tenemos alcanza. No basta con los dispositivos existentes. Nadie que entienda el problema del paco en estos barrios podrá pensar que un tratamiento de recuperación puede solucionar el problema. Cuando los chicos y chicas de nuestros barrios regresan de un tratamiento se vuelven a encontrar inmersos en un mundo donde se puede consumir de día y de noche, no encuentran lugar donde no se huela o no se sienta la droga, los amigos de toda la vida siguen viviendo al lado, siguen parando en el mismo pasillo y viviendo del mismo modo, no encuentran trabajo, se encierran o deambulan, y el final va apareciendo con la fuerza de una fatalidad, sin una propuesta de vida la muerte aparece como ineludible… Para que se recuperen estos chicos hay que cambiar también el mundo a su alrededor. [3]

Hablamos del paco y centramos nuestra atención en los Organismos que se ocupan de la drogodependencia. Pensamos en la Sedronar, en la Coordinación de adicciones del Gobierno de la Ciudad, en las decenas de Comunidades Terapéuticas conveniadas, en el Cenareso y en el Payda[4]… Evidentemente, son los primeros que deben entender que estamos frente algo nuevo y que es necesario adaptarse; pero nadie con experiencia puede pensar que allí podrá encontrarse la respuesta. La exclusión se enfrenta haciendo lugar en la sociedad. Sin lugar en el mundo no hay recuperación posible.

En el “Hogar de Cristo”, nuestro modesto centro de recuperación barrial, nos encontramos a diario con esta realidad. Cuando caminamos por la villa, o vamos a buscar a los chicos y chicas en situación de consumo, vemos que lo más común es que piensen que ya no pueden cambiar. Sienten que todas las puertas están demasiado lejos. Que si tienen suerte y pueden empezar un tratamiento, difícilmente lo puedan terminar, y que si lo hacen es casi imposible que puedan mantenerse limpios cuando al ser dados de alta vuelven a la villa. Como no consiguen trabajo, debemos inventarlo; hacer cosas que deberían poder hacer por si mismos, abrir las puertas que la sociedad fue cerrando.

Creemos que debería haber más centros así, como el Hogar de Cristo en todos los barrios. Pistas de aterrizaje desde donde los adictos puedan entusiasmarse con la recuperación y ver que es posible, puedan prepararse para un tratamiento y llegar de vuelta cuando lo terminan para organizar la vida. Centros que vayan a buscar a los pibes y no esperar a que aparezcan, porque es muchas veces nuestra ineficacia o lentitud lo que hace que descrean de las respuestas que podemos darles. Centros que reconstruyan la historia de los pibes, despedazada, hecha trizas, fragmentos de intentos, tratamientos e internaciones. Centros que le den unidad a la lucha, que hagan sentir que la misma vida es la recuperación, y que tiene sentido pelearla.

El camino de la inserción para cualquier persona pobre de nuestros barrios, es largo y trabajoso, y con sendas que se pierden en el laberinto de la burocracia. Si es así para cualquiera, cuanto más difícil para este grupo marginal que presenta un alto hándicap debido a las consecuencias del consumo de sustancias, y a la larga cadena de ausencias: alimentación, salud, vivienda, trabajo, paz, integración.

Reconocer el fracaso es la puerta de la salvación. Sin tomar conciencia del lugar exacto donde estamos parados con respecto al problema es imposible trazar caminos verdaderos. Por eso estamos convencidos que es necesario un exhaustivo examen de conciencia en todos los niveles. Los medios de comunicación, el empresariado, los organismos de gobierno, el poder judicial, las Organizaciones de la sociedad civil, los hospitales, la iglesia… nadie puede pensar “a mi no me toca” porque hacer lugar es responsabilidad de todos.

Como indicábamos en nuestro documento “La droga en la villas despenalizada de hecho”, en la villa los chicos se drogan en cualquier lado, en cualquier momento. Familias enteras se destruyen por esta causa, la muerte violenta es moneda corriente, cosa de todos los días. Madres desesperadas que ven que sus hijos se van muriendo de a poco. Que recorren defensorías, asesorías, organismos de gobierno, tratando de mantener encendida la esperanza, imaginando que un día serán escuchadas, y recibiendo en cambio la sordera de un Estado ausente, que los abandonó a su suerte. Siguen esperando ser escuchadas…

Cuando decimos “Estado ausente” queremos que se entienda bien. Hay muchos Médicos, Abogados, Trabajadores Sociales, Psicólogos, etc. que trabajan en el Estado y lo hacen de manera excelente, mucho más allá de su deber y es justo reconocer su labor. Pero al mismo tiempo, el Estado como Organismo esta ausente en el tema que hoy nos convoca. Esto no quiere decir que no se haga nada en materia de prevención y asistencia de la drogodependencia en general, sino que, lo que se hace en cuando al “desafío del paco” es tan desarticulado e insignificante como enfrentar a un elefante enfurecido con una gomera. Reconocer esto es el principio de la solución, que nadie se enoje.

Mientras tanto se discute la despenalización, que dejaría de lado la única herramienta actual que obliga al Estado a intervenir frente a tamaña inacción. Esta discusión para nosotros pertenece a las últimas páginas de un libro. Todavía en nuestros barrios no se han escrito las primeras; ya que muchos de los niños, adolescentes y jóvenes de nuestras villas no viven sino que sobreviven y muchas veces la oferta de la droga les llega antes que un ambiente dichoso y sano para jugar, llega antes que la escuela, o llega antes que un lugar para aprender un oficio y poder tener un trabajo digno. Se acortan así las posibilidades de darle un sentido positivo a la vida.

Por consiguiente más necesario que obligar al adicto a hacer tratamiento es obligar al Estado a hacerse cargo. La despenalización, las leyes, los fallos, los programas de educación y prevención, todo parece construido desde la clase acomodada. Pero para legislar, juzgar y obrar desde los pobres es necesario escucharlos, ya que desde su experiencia de la vida, que no es la que nosotros tenemos, perciben cosas que nosotros no percibimos.

Hace poco nos tocó en el Hogar de Cristo, acompañar a una mamá muy joven que no podía con su hijo, un adicto al paco que delinquía para consumir. Cuando la señora vio que el pibe hacía cosas malas, que duraría poco, que se estaba hundiendo su familia, y que sus otros hijos empezaban a imitarlo, comenzó un largo camino. Visitó defensorías, asesorías y organismos judiciales. Durante dos años trató que alguien escuchara su voz. El pibe no quería cambiar, pero en su adicción estaba arrastrando a toda la familia a la ruina. Se llevó la puerta de su casa, las ventanas, electrodomésticos, la ropa de todos. Lastimó a sus hermanos y a sus vecinos. Dos años de tragedia recorriendo lugares con la única esperanza de ser escuchada, que un juez dispusiera la internación de su hijo, aunque él no quisiera, porque ella prefería verlo internado a verlo en un cajón. Y ocurrió lo peor, al pibe lo mataron. Cuando hacíamos la misa de difuntos, ella entre lágrimas reconocía: Si me hubieran escuchado, no lo se, pero tal vez hoy no estaría muerto. Las paradojas del destino, tuvo que llevar el certificado de defunción al mismo juez que durante dos años no le prestó atención a su reclamo. Sólo Dios sabe cuantos casos así hay en nuestros barrios, nosotros damos testimonio de que son muchos. Por eso, vemos que para que nuestra legislación tenga en cuenta a los pobres, incluso para juzgar o para armar las instituciones, el primer paso indispensable es la escucha.

La escucha es apertura, lo contrario a las cerrazones dogmáticas de la ideología. Urge ponerla en práctica en este campo en que los extremos ideológicos coinciden en una falsa concepción de la libertad. Parece un sarcasmo, en los volquetes de la villa, entre la basura, hay chiquitos de diez, o tal vez menos años consumiendo paco. Hay nenas de catorce prostituyéndose, por la misma causa. Les preguntan si se quieren recuperar, los mismos que obligan a sus hijos que tienen la misma edad a ir a la escuela, al médico o al dentista. A ellos les preguntan. En nombre de la libertad, piensan que llevarlos a un hogar contra su voluntad es represión, y no entienden que la droga los hiere justamente en la libertad. Hay que vivir en la villa para escuchar su llanto, suele ser de noche, cuando llueve, cuando hace frío, cuando tienen hambre, cuando todas las dependencias del estado están cerradas. Ahí piden que se los ayude, que necesitan un hogar, recuperarse.

Hace pocos días, un pibe de nuestro Hogar de Cristo que ya intentó un montón de internaciones sin poder aguantar tres días en ninguna, estaba pensando en suicidarse. “Ya lo probé todo, y no puedo aguantar ni un poquito – decía – no me da el cuero para cambiar, lo mejor es que me vaya”. Pero se iluminó, se le ocurrió escribir una carta al juez para que por favor lo internaran en un lugar cerrado, del que no se pudiera ir. Pedía que lo medicaran si se ponía muy loco por la abstinencia. Narraba con claridad su experiencia, y entendía que necesitaba poner entre paréntesis su voluntad por un tiempo.

El que interna por internar, para sacar del medio, para que el pibe no moleste; y el que no interna cuando hace falta, ambos están lejos de entender a los pibes del paco. Sólo escuchando podremos superar las antinomias ideológicas. En esta materia están de sobra. La escucha es apertura que vence a la cerrazón. Los errores de la cerrazón se pagan demasiado caros.

Nos detenemos a pensar lo que se pierde si no vemos el problema y tomamos el toro por las astas. Pierden los adictos que terminan arrastrando una vida hecha girones que habitualmente termina antes de tiempo y de modo violento; pierden sus familias, sus padres que hasta llegan a abandonar el trabajo para cuidar la casa y lo poco que tienen para protegerlo de su adicto, los hermanitos que abandonan la escuela cuando el adicto les vendió los libros, delantal y zapatillas. Alcanza mirar el Calvario que viven a diario las Madres del Paco, y todas las madres y padres, que aunque no estén organizados, recorren a diario el vía crucis de la adicción. Pierden también los hijos de los adictos – casi todos tienen hijos – que quedan expuestos a la intemperie, que muchas veces son vendidos, olvidados, abandonados en noches de gira; pierde el barrio, víctima de violencias demenciales, de robos reiterados, de muertes. Cada tanto, pierde también el resto de la sociedad, cuando – cada vez más – lo peor de este mundo perverso sale del su encierro y toca a alguien de afuera, entonces la sangre tiñe las rotativas de los diarios y el tema ocupa primeras planas. Pierde el que vende, que termina enganchado, o sus hijos. Pierde el que compra, la vida. Pierde el que trabaja, el que no tiene nada que ver en el asunto, pierde el que está sano. Pierde el Estado que gasta los dineros públicos, debe hacerlo, pero no le encuentra la vuelta. Pierde la Patria, pierde a sus hijos, se está desangrando.

Con el paco perdemos todos, es mejor que nos ocupemos. Si la comunidad entera no asume su responsabilidad, esto va a resultar demasiado caro. Cuando decimos “comunidad entera” estamos incluyendo a los chicos y chicas en recuperación… ellos y ellas son los jugadores esenciales en este difícil partido.

Pensábamos en un paradigma, el de la lucha contra la discriminación de personas con capacidades diferentes. Aun cuando falta mucho, la sociedad avanzó bastante en la conciencia del problema, y en muchas esquinas de nuestra ciudad hay rampas para las sillas de ruedas, en los colectivos asientos, en las oficinas y dependencias baños. La comunidad indica de este modo que se adapta para hacer lugar a personas con capacidades diferentes. Cambiar para hacer lugar, es posible porque reconocemos el problema.

La lucha contra el paco debe ser causa nacional porque es la lucha contra la exclusión. Vemos que es el mejor modo de celebrar el Bicentenario.

Por último ponemos bajo la protección y el cuidado de la Virgen de Luján, Madre de nuestro Pueblo, a las familias que en nuestros barrios sufren el flagelo de la droga.



INVITACIÓN: Los convocamos a participar de una Jornada de Trabajo para darle continuidad al encuentro de hoy… será el próximo 18 de agosto desde las 14 hs. en Monteagudo 862 (Centro San Alberto Hurtado del “Hogar de Cristo”). Durante la misma presentaremos el mural del polideportivo donde los chicos del Hogar han plasmado con imágenes fuertes y elocuentes “el camino de consumo y el camino de recuperación”.



[1] Ver www.sinpaco.org

[2] La droga en las Villas: despenalizada de hecho. Equipo de sacerdotes para las Villas de Emergencia. 25 de marzo de 2009.

[3] Cfr. Celebrar el Bicentenario en la Ciudad de Buenos Aires (2010-2016). Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia. 11 de mayo de 2010.

[4] Nuestra misión se desarrolla en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires, pero podríamos incluir a los Organismos que en cada Provincia se encargan de la drogodependencia.

domingo, 8 de mayo de 2011

Congreso Nacional de Doctrina Social de la Iglesia - Homilia en la Misa de Clausura del Cardenal bergoglio

Lecturas de la misa: Hech. 2,14.22-33; 1 Pedro 1,17-21; Lc 24,13-35

1. Las lecturas que la Iglesia nos propone este domingo, marcadamente pascuales, proclaman la realidad contundente de nuestra fe: Cristo está vivo; él se hizo hombre, dio su vida por nuestra salvación, en sus llagas fuimos curados, murió, fue sepultado y resucitó al tercer día. En este clima pascual concluye el Congreso Nacional de Doctrina Social de la Iglesia, la cual no es un simple código de mandatos y conductas o una postura partidista sino la consecuencia, en la vida social, del anuncio de este hecho de salvación.

Se trata de un diálogo entre Cristo Resucitado y nuestro mundo. Miramos al Señor en el Evangelio y nos preguntamos: ¿Qué esperaba Jesús de cada persona que venía a su encuentro? Ciertamente su fe, esa fe capaz de confiar, de esperarlo todo de Él y de expresarse en gestos de caridad.

Y si miramos a nuestro mundo actual y nos preguntamos ¿en qué actitud espiritual ha venido a desembocar esta civilización? la palabra que se escucha, resonando, detrás de todas las otras, ¿no es acaso “desencanto”?

Diálogo entre Cristo salvador y sus propuestas de justicia y amor, con un mundo desencantado.

2. Los síntomas del desencanto son variados pero quizás el más claro sea el de los “encantamientos a medida”: el encantamiento de la técnica que promete siempre cosas mejores, el encantamiento de una economía que ofrece posibilidades casi ilimitadas en todos los aspectos de la vida a los que logran estar incluidos en el sistema, el encantamiento de las propuestas religiosas menores, a medida de cada necesidad . El desencanto tiene una dimensión escatológica. Ataca indirectamente, poniendo entre paréntesis toda actitud definitiva y, en su lugar, propone esos pequeños encantamientos que hacen de “islas” o de “tregua” frente a la falta de esperanza ante la marcha del mundo en general. De ahí que la única actitud humana para romper encantamientos y desencantos es situarnos ante las cosas últimas y preguntarnos: en esperanza ¿vamos de bien en mejor subiendo o de mal en peor bajando? Y surge entonces la duda. ¿Podemos responder? ¿Tenemos, como cristianos, la palabra y los gestos que marquen el rumbo de la esperanza para nuestro mundo? ¿O, como los discípulos de Emaús y los que quedaron en el cenáculo, somos los primeros que necesitamos ayuda?

Necesitamos de una buena dosis de humildad para responder a estos planteos. Y, con esta humildad, volver al Evangelio con la sed de un odre nuevo. El desencanto del mundo moderno –que en esa tercera parte de la humanidad que vive y muere en la miseria más espantosa no es sólo desencanto sino desesperación, en algunos rabiosa, en otros resignada- nos recuerda esos dos pasajes del Evangelio que hablan de la direccionalidad hacia la que se orienta la vida: la de los discípulos que se alejaban (bajaban) de Jerusalén hacia Emaús y la del hombre asaltado por los ladrones que bajaba de Jerusalén a Jericó.

3. Las dos situaciones son similares. Tanto en el dolor del hombre herido que yace semiconsciente sin posibilidad de salvarse dando la impresión de que no se puede hacer nada efectivo por él, como en el desencanto auto-consciente y lleno de razones de Cleofás, late la misma falta de esperanza. Y eso es precisamente lo que conmueve las entrañas misericordiosas de Jesús, que emprende el camino descendente que llevan ellos y se abaja, se hace compañero y se oculta lleno de ternura en esos pequeños gestos, gestos de projimidad, donde toda la palabra está hecha carne: carne que se acerca y abraza, manos que tocan y vendan, que ungen con aceite y restañan con vino las heridas… carne que se acerca y acompaña, que escucha… manos que parten el pan.

La cercanía del Señor resucitado que camina –desconocido- con los pequeños del pueblo, que suscita en tantos corazones la compasión del buen Samaritano, es lo único que puede lograr encender en muchos corazones el fuego de la primera caridad, para volver a la sociedad con el entusiasmo final de los discípulos de Emaús y salir a proclamar la alegría del Evangelio. Se trata del encuentro con Jesucristo vivo; pero tenemos que redescubrir su modo de acercarse para curar al herido, para desbaratar desencantos, para ofrecer la alegría de la dignidad humana salvada. Allí encontraremos respuesta a la pregunta que repetidamente nos hacemos: ¿cómo podemos favorecer que se manifieste y se proteja, cada vez más, esa dignidad humana tantas veces pisoteada, explotada, disminuida, esclavizada?

4. La categoría clave es la de “projimidad”. Y la projimidad es de ida y vuelta. El Señor que se nos aproxima cuando estamos mal y nos carga sobre sí hasta la posada es el mismo que, luego en Emaús, hace ademán de seguir de largo. Tantas veces nos ha socorrido y nuestros ojos no lo han reconocido porque no tuvimos tiempo de invitarlo a quedarse con nosotros, a compartir el pan. Y la promesa de volver a pagarnos “lo que hayamos gastado de más” sólo vale para los que hayan recibido y cuidado a sus heridos. A los otros les dirá “no los conozco” y ese temible “aléjense de mí” que es la esclerotización definitiva de la anti-projimidad.

La “projimidad” es el ámbito necesario para que pueda anunciarse la Palabra, la justicia, el amor, de modo tal que encuentre una respuesta de fe. Encuentro, conversión, comunión, y solidaridad son categorías que explicitan la “projimidad” como criterio evangélico concreto que se opone a las pautas de una ética abstracta o meramente espiritual. “La projimidad” es tan perfecta entre el Padre y el Hijo que de ella procede el Espíritu.

Es al Espíritu a quien pedimos despierte en nosotros esa particular sensibilidad que nos hace descubrir a Jesús en la carne de nuestros hermanos más pobres, más necesitados, más injustamente tratados porque, cuando nos aproximamos a la carne sufriente de Cristo, cuando nos hacemos cargo de ella, recién entonces puede brillar en nuestros corazones la esperanza, esa esperanza que nuestro mundo desencantado nos pide a los cristianos.

5. No queremos ser esa Iglesia temerosa que está encerrada en el cenáculo, queremos ser la Iglesia solidaria que se anima a bajar de Jerusalén a Jericó, sin dar rodeos; la Iglesia que se anima a acercarse a los más pobres, a curarlos y a recibirlos. No queremos ser esa Iglesia desilusionada, que abandona la unidad de los apóstoles y se vuelve a su Emaús, queremos ser la Iglesia convertida que, después de recibir y reconocer a Jesús como compañero de camino de cada uno, emprende el retorno al cenáculo, vuelve llena de alegría a la cercanía con Pedro, acepta integrar con los otros la propia experiencia de projimidad y persevera en la comunión.

6. Podemos decir que la medida de la esperanza está proporcionalmente relacionada con el grado de projimidad que se da entre nosotros. En una Argentina abierta, en la que conviven mejor que en otros sitios hombres de tantas razas y credos, el terreno está bien dispuesto para que crezca esa projimidad en todo su esplendor y calidad.


Rosario, 8 de mayo de 2011.

Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

domingo, 1 de mayo de 2011

Beato Juan Pablo II - Homilía del Papa Benedicto XVI en Roma en la misa de Beatificación


"Queridos hermanos y hermanas.

Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.

Deseo dirigir un cordial saludo a todos los que, en número tan grande, desde todo el mundo, habéis venido a Roma, para esta feliz circunstancia, a los señores cardenales, a los patriarcas de las Iglesias católicas orientales, hermanos en el episcopado y el sacerdocio, delegaciones oficiales, embajadores y autoridades, personas consagradas y fieles laicos, y lo extiendo a todos los que se unen a nosotros a través de la radio y la televisión.

Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.

"Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20, 29). En el evangelio de hoy, Jesús pronuncia esta bienaventuranza: la bienaventuranza de la fe. Nos concierne de un modo particular, porque estamos reunidos precisamente para celebrar una beatificación, y más aún porque hoy un Papa ha sido proclamado Beato, un Sucesor de Pedro, llamado a confirmar en la fe a los hermanos. Juan Pablo II es beato por su fe, fuerte y generosa, apostólica. E inmediatamente recordamos otra bienaventuranza: *(Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo+ (Mt 16, 17). )Qué es lo que el Padre celestial reveló a Simón? Que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Por esta fe Simón se convierte en *Pedro+, la roca sobre la que Jesús edifica su Iglesia. La bienaventuranza eterna de Juan Pablo II, que la Iglesia tiene el gozo de proclamar hoy, está incluida en estas palabras de Cristo: *Dichoso, tú, Simón+ y *Dichosos los que crean sin haber visto+. Ésta es la bienaventuranza de la fe, que también Juan Pablo II recibió de Dios Padre, como un don para la edificación de la Iglesia de Cristo.

"Pero nuestro pensamiento se dirige a otra bienaventuranza, que en el evangelio precede a todas las demás. Es la de la Virgen María, la Madre del Redentor. A ella, que acababa de concebir a Jesús en su seno, santa Isabel le dice: *Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá+ (Lc 1, 45). La bienaventuranza de la fe tiene su modelo en María, y todos nos alegramos de que la beatificación de Juan Pablo II tenga lugar en el primer día del mes mariano, bajo la mirada maternal de Aquella que, con su fe, sostuvo la fe de los Apóstoles, y sostiene continuamente la fe de sus sucesores, especialmente de los que han sido llamados a ocupar la cátedra de Pedro. María no aparece en las narraciones de la resurrección de Cristo, pero su presencia está como oculta en todas partes: ella es la Madre a la que Jesús confió cada uno de los discípulos y toda la comunidad. De modo particular, notamos que la presencia efectiva y materna de María ha sido registrada por san Juan y san Lucas en los contextos que preceden a los del Evangelio de hoy y de la primera lectura: en la narración de la muerte de Jesús, donde María aparece al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25); y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, que la presentan en medio de los discípulos reunidos en oración en el cenáculo (cf. Hch. 1, 14).

"También la segunda lectura de hoy nos habla de la fe, y es precisamente san Pedro quien escribe, lleno de entusiasmo espiritual, indicando a los nuevos bautizados las razones de su esperanza y su alegría. Me complace observar que en este pasaje, al comienzo de su Primera carta, Pedro no se expresa en un modo exhortativo, sino indicativo; escribe, en efecto: "Por ello os alegráis", y añade: "No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación" (1 P 1, 6.8-9). Todo está en indicativo porque hay una nueva realidad, generada por la resurrección de Cristo, una realidad accesible a la fe. "Es el Señor quien lo ha hecho -dice el Salmo (118, 23)- ha sido un milagro patente", patente a los ojos de la fe.

"Queridos hermanos y hermanas, hoy resplandece ante nuestros ojos, bajo la plena luz espiritual de Cristo resucitado, la figura amada y venerada de Juan Pablo II. Hoy, su nombre se añade a la multitud de santos y beatos que él proclamó durante sus casi 27 años de pontificado, recordando con fuerza la vocación universal a la medida alta de la vida cristiana, a la santidad, como afirma la Constitución conciliar sobre la Iglesia Lumen gentium. Todos los miembros del Pueblo de Dios -obispos, sacerdotes, diáconos, fieles laicos, religiosos, religiosas- estamos en camino hacia la patria celestial, donde nos ha precedido la Virgen María, asociada de modo singular y perfecto al misterio de Cristo y de la Iglesia. Karol Wojty?a, primero como Obispo Auxiliar y después como Arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y que después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojty?a: una cruz de oro, una "eme" abajo, a la derecha, y el lema: "Totus tuus", que corresponde a la célebre expresión de san Luis María Grignion de Monfort, en la que Karol Wojty?a encontró un principio fundamental para su vida: "Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor tuum, Maria -Soy todo tuyo y todo cuanto tengo es tuyo. Tú eres mi todo, oh María; préstame tu corazón". (Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n. 266).El nuevo Beato escribió en su testamento: "Cuando, en el día 16 de octubre de 1978, el cónclave de los cardenales escogió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszy?ski, me dijo: "La tarea del nuevo Papa consistirá en introducir a la Iglesia en el tercer milenio". Y añadía: "Deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el Episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado". ¿Y cuál es esta "causa"? Es la misma que Juan Pablo II anunció en su primera Misa solemne en la Plaza de San Pedro, con las memorables palabras: "(No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!". Aquello que el Papa recién elegido pedía a todos, él mismo lo llevó a cabo en primera persona: abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, Redentor del hombre: el tema de su primera Encíclica e hilo conductor de todas las demás.

"Karol Wojty?a subió al solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su "timonel", el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar "umbral de la esperanza". Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de "adviento", con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.

"Quisiera finalmente dar gracias también a Dios por la experiencia personal que me concedió, de colaborar durante mucho tiempo con el beato Papa Juan Pablo II. Ya antes había tenido ocasión de conocerlo y de estimarlo, pero desde 1982, cuando me llamó a Roma como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostuvieron mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio. Y después, su testimonio en el sufrimiento: el Señor lo fue despojando lentamente de todo, sin embargo él permanecía siempre como una "roca", como Cristo quería. Su profunda humildad, arraigada en la íntima unión con Cristo, le permitió seguir guiando a la Iglesia y dar al mundo un mensaje aún más elocuente, precisamente cuando sus fuerzas físicas iban disminuyendo. Así, él realizó de modo extraordinario la vocación de cada sacerdote y obispo: ser uno con aquel Jesús al que cotidianamente recibe y ofrece en la Eucaristía.

"(Dichoso tú, amado Papa Juan Pablo, porque has creído! Te rogamos que continúes sosteniendo desde el Cielo la fe del Pueblo de Dios. Tantas veces nos ha bendecido desde esta misma Plaza. Santo Padre, bendíganos de nuevo desde esa ventana. Amén".