Artículo publicado en la revista Comunicarnos de la Comisión de Niñez y Adolescencia en riesgo del Arzobispado de Buenos Aires
“¡Qué nos vaya bien en la vida!” fue la respuesta de un joven cuando le pregunté sobre porque querían que recemos en la misa. Esto ocurrió hace unos diez días en uno de los barrios donde celebramos misa los sábados. Allí hay un grupo que se reúnen en la puerta del salón donde celebramos para charlar y pasar el rato. Todavía no entran, o quizá sin darnos cuenta los echamos porque hacen ruido. Incluso no son pocas las veces que las “señoras” cierran la puerta.
Este recuerdo lo tengo anotado en un papel para no olvidarme nunca que nuestra vida cristiana es estar abiertos a lo que nos rodea e ir tendiendo puentes. En la vida cotidiana de la Iglesia vemos con dolor muchas puertas cerradas o apenas abiertas.
Este recuerdo lo tengo anotado en un papel para no olvidarme nunca que nuestra vida cristiana es estar abiertos a lo que nos rodea e ir tendiendo puentes. En la vida cotidiana de la Iglesia vemos con dolor muchas puertas cerradas o apenas abiertas.
Miremos la Pascua como un puente. Es una invitación a redescubrir cada año la celebración que renueva y que tiene lazos de amistad, de salvación, de oportunidad para lo nuevo.
¿Qué celebramos?
La celebración anual de la Semana Santa nos pone a todos los cristianos frente al fundamento de nuestra fe. El amor misericordioso de nuestro Dios se manifiesta en toda su plenitud en estos días, llegando a su culmen con la fiesta de la Pascua.
La Pascua cristiana hunde sus raíces en el Pesaj judío que nos habla de la liberación del Pueblo de Israel. Por eso la Pascua es “paso” de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, de caminar por el desierto y llegar a la tierra prometida.
Las celebraciones pascuales son (o tendrían que ser) para el mundo actual, un mirar de frente la realidad que nos toca vivir y contemplarla de modo distinto.
El gran riesgo es tomar estos días como un mero tiempo de descanso. Disfrutar este tiempo como “un fin de semana largo” fue minando lo lindo de disfrutar estos días de gracia.
Es un tiempo cargado de vida nueva, de hombres y mujeres reunidos en torno a la mesa, de amor que entrega la vida. Es por sobre todas las cosas un canto de esperanza frente a la desesperanza que tienen muchos hombres y mujeres de hoy.
¿Signos de desesperanza u oportunidades?
¿Signos de desesperanza u oportunidades?
El gesto que comentaba en el comienzo del artículo tenía como trasfondo la idea extendida entre muchos que no hay solución para los jóvenes que ahí se reunían. ¡Cerremos la puerta!
Lo mismo que decimos de los jóvenes lo decimos de casi toda la realidad que nos rodea. No es extraño escuchar con frecuencia innumerables referencias a hechos y actitudes desesperanzadoras. Lo peor es que lo decimos los cristianos.
Frente a esto me propuse no dejarme vencer por el desaliento. Afortunadamente tengo la certeza, no solo desde la fe sino de la experiencia personal junto a la de tanta gente, que la Pascua se cumplió y que el Señor ya venció.
Si no estamos parados en otro lugar, la realidad nos puede arrastrar y corremos la tentación de dejarnos ganar por el desánimo.
Es bueno saber que el tiempo actual no es peor que la época en el que el Evangelio empezó a ser anunciado. No hay que olvidad que en el imperio romano la corrupción moral era impresionante, de allí se entiende que la liberación que traía Jesucristo fue la que renovó el corazón y la vida de tanto hombres y mujeres, renovación que hoy todos necesitamos.
Son innumerables las listas de necesidades y de dolores que vemos a nuestro lado, que son las mismas que el Señor Jesús encontraba en sus recorridas. Al bucear en los evangelios no es extraño ver al Señor Jesús revelando su corazón compasivo ante lo que mostraba la dura realidad, donde descubría que su Pueblo “estaban como ovejas sin pastor”. La compasión lo lleva a quedarse largo tiempo con las multitudes: estar con sus ovejas abandonadas es la tarea a la que invitó a sus discípulos y donde nos invita a nosotros.
El amor que transforma, que vence al mal y el pecado
El amor que transforma, que vence al mal y el pecado
La Pascua es la culminación de este proceso de corazón abierto que se deja tocar. Corazón que ve y actúa de manera amorosa. Misericordia que se abaja para levantar al hombre caído. Señor-servidor que parte el pan y lava los pies de los discípulos mientras invita a hacer lo mismo a los demás. Amor que entrega la vida en la cruz para destruir al pecado. Amor que cumple la promesa de “dar la vida por los amigos”.
La pascua busca restaurar el amor perdido. Ese amor creador, dador de vida que ve cortado su proyecto por el pecado. Pecado que destruye los vínculos profundos no solo con Dios sino con uno mismo, los hermanos, la sociedad, la naturaleza.
Jesús vino a enfrentar el pecado que es la fuerza destructora de la hermosa creación. El pecado hace que la centralidad deje de ser el Creador y pasa a ser la creatura, y lentamente vamos perdiendo identidad. Perdemos la dignidad de ser hijos amados y sin darnos cuanta la vida nos va llevando a ser huérfanos.
La orfandad nos deja solos con nuestras carencias afectivas que necesitan sanación. De hecho el gran problema que tenemos son nuestras carencias que empiezan a mendigar afecto.
En la Pascua vemos como la resurrección empieza a sanar las heridas del pecado; va sanando las heridas de la propia vida, y los hombres y mujeres empezamos a tener una vida con esperanza.
Con la muerte en cruz Jesús vence al pecado. Al resucitar destruye las ataduras de la muerte. Con esta aparición del Resucitado comienza la gran Esperanza para un mundo que se creía atrapado en medio de los dolores de la vida.
Con la muerte en cruz Jesús vence al pecado. Al resucitar destruye las ataduras de la muerte. Con esta aparición del Resucitado comienza la gran Esperanza para un mundo que se creía atrapado en medio de los dolores de la vida.
La Resurrección libera la fuerza de Dios “que hace nuevas todas las cosas”.
Los frutos de la resurrección para la Iglesia son la liberación del pecado junto con las ayudas necesarias para enfrentar al mal, y por otro el regalo del Espíritu que nos llena el alma y nos envía a la misión.
No hay pascua verdadera sin misión
No hay pascua verdadera sin misión
“Vayan… y yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo” es el mandato misionero junto a la promesa de la presencia constante del Señor Resucitado en nuestras vidas.
El mandato misionero que brota de la Pascua, tiene como centro la vida nueva que el Señor trae. Que se aparece en medio de los miedosos discípulos, que se hace compañero de camino como nos muestran los discípulos de Emaus, que prepara el fuego al costado del mar para dar de comer, que nos invita a compartir la vida misma de Jesús a los demás.
La Pascua nos habla de comida compartida, de servicio generoso a los demás, de cruz cargada por amor, de muerte vencida.
La experiencia de la resurrección hizo que hombres y mujeres den la vida por el evangelio, por anunciar la Buena Nueva, de buscar la dignificación de los hermanos, de trasformar la realidad para que sea más humana, más llena de Dios.
La Pascua trae la esperanza y es el aliento para llevar resurrección a todos los que nos rodean.
Si nos dejamos llenar por el Espíritu Santo que nos regala Jesús nos volvemos en instrumentos hermosos del Señor que quiere renovar.
Signos de esperanza.
Si nos dejamos llenar por el Espíritu Santo que nos regala Jesús nos volvemos en instrumentos hermosos del Señor que quiere renovar.
Signos de esperanza.
El mensaje de la Resurrección es por excelencia signo de esperanza de una Iglesia presente en el mundo y al servicio de los hermanos más necesitados, donde una mención especial tienen los niños, jóvenes y familias en situación de vulnerabilidad.
Los cristianos tenemos que saber que la vida nueva es una invitación a vivir la alegría de la Resurrección como un compromiso personal y comunitario que nos lleve a reafirmar la misión que como cristianos tenemos en la construcción de un mundo más justo, fraterno y solidario.
La última palabra no la tiene la desesperanza, la muerte, el pecado. La última palabra la tiene la resurrección que venció.
¿De qué sirve mirar la cruz de niños y jóvenes que viven sin un horizonte claro, sino no hacemos nada? La esperanza está en nuestras manos.
Intuiciones pascuales.
Intuiciones pascuales.
Vivir desde el domingo de pascua y solo desde el viernes santo es la salida para nuestra gente.
Un ejemplo que surgió al mirar a los jóvenes de nuestro barrio fue “Patio Proyecto de vida” que busca acompañarlos en la vida. Buscamos en la parroquia generar una especie de casa para que vengan a jugar, estudiar y compartir la vida. Con apoyo escolar, deportes y juegos. Con propuestas de servicio de ellos para con los otros más chicos y poniéndoles premios a sus mejorías.
Queremos que no miren desde lejos las oportunidades que tienen otros jóvenes. El fin del trabajo es un campamento a Bariloche (por el que ya empezamos a juntar fondos) para todos aquellos que se animaron a servir a los hermanos y no se llevaron materias a marzo.
A modo de conclusión
El signo más fuerte en la celebración de la Vigilia Pascua es la luz que brota del Cirio Pascual del que vamos tomando luz para ir venciendo la oscuridad que hay porque el Señor no está entre nosotros.
La Pascua en la vida cotidiana es la luz que ilumina nuestras oscuridades y las del mundo que está llamado a una vida más plena, justa y fraterna.
La Pascua no es una celebración más sino es el acontecimiento que trasformó la historia y nos transforma si dejamos que el Señor resucite nuestros rincones. Dejemos que esta bendita luz venza a las tinieblas que traen desesperanza.
El Señor Jesús es “camino, verdad y vida” y si creemos en el “tendremos vida eterna” no solo luego de la muerte sino aquí, ya que él es la “resurrección y la vida” que tanto necesitamos y necesitan los hombres de hoy y de siempre.
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