En aquella época apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue.
En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: «No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
« ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2, 1-14)
El tiempo de Navidad es momento de gracia y de oportunidad. Es un tiempo rico para la contemplación del Misterio de Dios que se hace pequeño; es una invitación a descubrir y profundizar en el mensaje de salvación. Es tiempo de identificación con el estilo de vida de Jesús.
El evangelio nos relata que María embarazada y José no encontraban albergue en Belén, y el único lugar para ellos fue un pesebre.
Es muy significativa la frase “no había lugar para ellos” (Lc 2,7)… El Dios creador de todo no tenía un lugar. Ya de grande va a decir “que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 9,58).
“No había lugar”: Dios se hace pequeñito, se hace bebé, se hace vulnerable, necesitado. Contemplamos al Dios-bebe que necesita del hombre para crecer, para vivir. Rara paradoja: en lugar de nosotros necesitar de Dios, él nos necesita a nosotros.
“No había lugar” en una casa, como no hay lugar muchas veces en el corazón de los hombres. La “casa” es el “corazón”. Corazón muchas veces cerrado por el dolor, los golpes, desengaños o simplemente por un acto de nuestra voluntad que no quiere abrirse.
El misterio que hoy contemplamos nos habla de un Dios que viene porque los hombres no nos acercábamos, en muchos casos por esta cerrazón del corazón.
Si frenamos, y solo contemplamos, descubrimos que la Navidad nos muestra más a Dios que viene, que al hombre que va hacia él. El viene a nosotros y busca lugar. Nos busca, te busca.
Y así es Dios. Golpea la puerta.
Es impresionante ver como las puertas se cerraban a una mujer embarazada. Seguramente veían más un problema que una necesidad a socorrer. Los corazones cerrados no dejan lugar al amor, incluso en hombres y mujeres muy piadosos.
Es muy triste descubrir como las puertas, e incluso la vida, se cierra infinidad de veces a lo que creemos puede generar problemas como lo era una embarazada que viene de Nazaret de Galilea a Belén de Judea.
Pero si nos animamos a ver desde otro ángulo los golpes en la puerta de nuestra vida pueden ser oportunidades, pueden ser las excusas de un Dios que viene a nuestra vida -la tuya y la mía- al que muchas veces no le abrimos el corazón. Y ahí empieza a resonar: “Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Apoc 4, 20).
La historia continuamente nos presenta situaciones de puertas cerradas, de corazones inmisericordes, de incapacidad de ponerse en el lugar de otro, de egoísmos que no hacen más que invitarnos a vernos el ombligo.
Otro detalle interesante es ver que Jesús no nace en palacios sino en el lugar de los animales. ¡Qué increíble, los animales son los que le dan lugar!
Está rodeado por algunos animales y luego aparecen los pastores, los más humildes de su tiempo. Los que por turnos cuidaban el rebaño en la intemperie. Los sin hogar fijo, los que tienen por techo el cielo con sus estrellas. La Navidad nos invita a aprender del pobre, del humilde.
Nace Jesús en ciudad extraña, entre animales y los más sencillos de su tiempo.
Y hoy, ¿dónde encontraría lugar? ¿Quién le abriría la puerta a unos extraños pidiendo lugar donde dar a luz? ¿Cómo tiene que ser o pensar alguien para que le abra la puerta?
Estas líneas son una invitación a pensar y obrar en consecuencia.
Somos invitados hoy a abrirnos. A abrir nuestro corazón, nuestras casas, nuestras vidas. A exponernos al amor que da lugar; invitados a la aventura loca del amor que da la vida, la propia vida.
El deseo navideño es que nuestras vidas y nuestra Iglesia sea un lugar lleno de amor y sencillez; de entrega generosa y servicial de muchos que queremos abrirnos a la aventura de amar, celebrar y servir a Dios, especialmente en nuestros hermanos.
Al pesebre los primeros que vinieron son los pastores y lo llenaron de música y alegría con su humildad; de tierras lejanas llegaron los reyes magos… Ninguno de los “importantes” de su tiempo estaba allí.
Y volviendo nuestra mirada a nuestro alrededor sabemos bien que nuestro barrio se hizo con nuestros padres y abuelos que encontraron un lugar en esta bendita tierra. Como la encontraron mi abuela gallega y mi padre polaco, y tantos otros que escapaban de la guerra, la miseria o la falta de trabajo.
El extranjero se hizo vecino y empezó a darle forma a un nuevo barrio. La casa grande que es la parroquia empezó a tener su sitio del cual todos formaban parte.
Del mismo modo nuestro barrio empezó a crecer y llenarse de nuevos vecinos que como nuestros antepasados buscan un lugar donde vivir y crecer. Hermanos de países vecinos y del interior profundo de nuestra patria buscaron y buscan crecer y formar comunidad.
El mensaje de la Navidad es un mensaje de oportunidad, de apertura, de romper estructuras mentales y de abrir corazón y la cabeza.
La Navidad es encuentro, es comunión. La Iglesia quiere y tiene que ser lugar de encuentro, de casa grande.
La Navidad es oportunidad.
El “Emanuel”, el “Dios con nosotros” busca estar de un modo distinto, nos invita a ser y vivir de otro modo.
Es la oportunidad para abrir el corazón y descubrir que Jesús no solo viene en la Nochebuena sino todos los días.
Nos dice Jesús en el evangelio de Mateo:
“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. Los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?”. Y el Rey les responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. (Mt 25,34-40)
Nos solo este tiempo es de apertura de corazón y cabeza, “todos los días son “Navidad”. Todos cada uno de los momentos de nuestra vida son invitaciones a decir que “si había lugar para ellos”: para Jesús, María, José y los pequeños con los que se identifica el mismo Señor.. Busquemos en nuestros ambientes y lugares a los María, José, Jesús que se esconden.
¡Feliz Navidad para todos nosotros y en especial para todos aquellos que hoy no tienen un lugar donde estar ni un corazón que los reciba! Jesús nace para ellos también, Jesús es su esperanza…
¡Quizá su única esperanza!, hasta que estemos nosotros ahí.
Ahí tenemos que estar, ese es nuestro lugar…
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