Misa con Familiares de
Víctimas de Cromañón
Catedral de Buenos Aires
Predicación del 30 de
noviembre de 2012
La fe es luz y camino en
oscuridad
Estamos en el contexto de
la Navidad. En ella celebramos que Dios se hace hombre, uno de nosotros. ¿Qué
significa? Que Aquel que creó el Universo, la rica diversidad vital de nuestro
Planeta, Aquel por quien todo existe y se mantiene en la subsistencia, quiso
caber en el vientre joven y virginal de María, y ser dado a luz en una gruta en
Belén.
La Palabra del Evangelio
(que significa Buena Noticia) de hoy nos hace pegar un salto de 12 años: de la
gruta de Belén al Templo de Jerusalén. Los actores principales siguen siendo
los mismos.
San Lucas nos muestra el
espíritu religioso de una familia piadosa que realiza esta peregrinación todos
los años. La Ley (Torá) prescribía que todo israelita debía acudir al Templo
anualmente en sus tres fiestas más importantes (la Pascua, la fiesta de las
Semanas y la fiesta de las Tiendas). Para los niños esta obligación comienza a regir
desde los 13 años. San Lucas nos quiere mostrar que Jesús vive esta piedad
desde antes de que sea “obligatorio”. Hoy diríamos que es un devoto convencido.
Ellos peregrinan no sólo
como familia, sino como parte de un Pueblo creyente.
El Papa Benedicto comenta
este texto y nos dice que “al ir tres veces al año al templo, Israel sigue
siendo, por así decirlo, un pueblo de Dios en marcha, un pueblo que está
siempre en camino hacia Dios, y recibe su identidad y su unidad siempre
nuevamente del encuentro con Dios en el único templo”. (Ratzinger, Joseph. La
infancia Jesús, Grupo Editorial Planeta, 2012, pág. 126)
Se ve que en la
peregrinación Jesús tiene libertad para decidir si va con sus padres, sus
amigos del barrio, otros vecinos o familiares. Por eso José y María no notan su
ausencia sino hasta la noche en que cada familia se reúne para descansar juntos
de la marcha.
Y en ese momento se dan
cuenta de que él no estaba en la comunidad peregrina. Regresan entonces a
Jerusalén.
Al encontrarlo en el Templo
al menos dos cosas sorprenden a José y María: lo que ven y lo que escuchan. Lo
ven “en medio de los doctores de la Ley”, lugar de los grandes (de edad), pero
no de los niños; casi una irreverencia. Pero es más sorprendente aún lo que
escuchan: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos
de mi Padre?”. Jesús, con sus apenas 12 años, presenta con claridad su misión y
su pertenencia a Dios, su Padre. Una misión que no comprendieron en ese momento
a qué se refería. Por eso San Lucas lo consigna con claridad: “Ellos no
entendieron lo que les decía”.
Les invito a no pasar de
largo ante esta afirmación de San Lucas, que el Papa comenta de este modo: “Incluso
la fe de María es una fe ‘en camino’, una fe que se encuentra a menudo en la oscuridad,
y debe madurar atravesando la oscuridad. María no comprende las palabras de
Jesús, pero las conserva en su corazón y allí las hace madurar poco a poco” (íd.,
pág 124).
Cómo nos sentimos identificados
con esta fe en camino, en medio de la oscuridad.
Hoy nos encontramos en
este Templo, al que muchos de ustedes vienen mes a mes, año tras año. Nos mueve
el cariño y el amor a quienes murieron de manera incomprensible, absurda,
violenta hace ocho años. Como María, guardamos estos acontecimientos en el corazón
y los vamos meditando y rumiando. Como si fuéramos amasando el dolor humedecido
por las lágrimas, fortaleciendo las manos con el cariño de los hermanos de
peregrinación, y en todo sostenidos por el consuelo del Espíritu Santo. También
hoy nos reconocemos comunidad en marcha: comunidad identificada en el dolor, en
la fe que nos hace hermanos, en la esperanza que nos hace peregrinos.
En la marcha de estos años
hubo y habrá obstáculos de afuera y tentaciones de adentro. Ustedes saben a qué
me refiero.
De afuera está el
ninguneo, las dilaciones, las incomprensiones de la sociedad consumista y
egoísta, la mirada fría de algunos observadores y opinólogos, los agoreros del
fracaso o los que pretenden diluir el dolor en explicaciones reduccionistas.
A la par, una justicia que va llegando con
sus tiempos y sus respuestas. O como le habla la poetisa a la “señora de los
ojos vendados”: “Ilumina al juez dormido
/ apacigua toda guerra / y hazte reina para siempre / de nuestra tierra. (…) / / Señora de
ojos vendados, / con la espada y
la balanza / a los justos
humillados / no les robes la
esperanza. / Dales la razón y
llora / porque ya es hora”.
Y desde dentro del corazón también experimentamos la tentación de la fatiga,
del escepticismo del “nada va a cambiar”, o del “no podemos remar contra la
corriente”, la decepción, la postración. Somos débiles y frágiles, aun cuando a
la hora de luchar sacamos fuerzas de lugares interiores desconocidos.
Como pueblo en marcha, también
atravesamos momentos de la fe que camina en la oscuridad y otros de más luz.
Estos últimos siempre los reconocemos en la cercanía de Dios y de los hermanos.
¡Cómo rehacemos fuerzas en cada abrazo y cada beso! ¡En cada mirada cargada de
ternura!
En la Navidad Dios se nos
hace cercano en la fragilidad del Niño de Belén. Abramos las puertas del
corazón para que nos bañe con su luz.
+ Jorge Eduardo
Lozano
Obispo de
Gualeguaychú