Homilia del Sr. Arzobispo Mons. Mario Aurelio
Poli
20 de abril de
2013
«Yo soy el Buen Pastor»
En el clima festivo de la Pascua de Resurrección, la liturgia de la
Palabra nos lleva a contemplar la presencia del Resucitado bajo la imagen bella,
bondadosa y cercana, que Jesús nos presenta de sí mismo: “Yo soy el Buen
Pastor”. Sólo Dios puede llamarse “pastor” y así lo mencionan los salmos y
profetas (cf. Salmo 22, Ez 34),
pues Él es el único que se preocupa y ocupa de la vida de cada hombre y mujer
que peregrinan en este mundo. Sólo Él cumple las promesas sin defraudar, y como
verdadero pastor no quita la vida de nadie, ni se aprovecha de ella, sino que da
generosamente lo que ningún otro puede dar: la Vida eterna, es decir, conocer y
amar al único Dios verdadero, y a su
Enviado, Jesucristo (Jn 17,3). Este pasaje revela la gran promesa del
Señor: dar vida en abundancia.
Presentándose como verdadero Pastor, Jesús establece con su pueblo
una relación cordial, amorosa y solícita por la integridad de su rebaño. Él nos
enseña que es pastor de 100 ovejas (cfr.
Lc 15), esto es, no se conforma con tener 99 en el corral, sino que
las quiere todas, sale a buscar la que falta, para que no se pierda ni una sola
de las que el Padre le ha dado.
El inmenso rebaño de la humanidad está bajo su mirada y espera que reconozcan su
voz.
En el corazón del Buen Pastor hay secretas intenciones que quedan
reveladas cuando dice: «Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que
debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo
Pastor» (Jn 10,16), y más claro todavía cuando les da el envío misionero a sus
discípulos: «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado» (Mt 28,19). Porque cuando
entramos por la puerta de la fe (cf.
10,1), nadie ni nada puede arrebatarnos de las manos de Cristo y de
las manos del Padre. El lenguaje de las manos de Dios nos recuerda de qué
estamos hechos y quién es nuestro Creador. Nadie nos conoce tanto como Aquél que
nos dio la vida y la impronta de su ser, porque somos su hechura y la obra de
sus manos. El poder de su brazo nos
reúne (Is 40) y la voz persuasiva del Pastor Santo nos invita a
dejarnos abandonar en las manos de nuestro Padre Dios; y cuando eso sucede
quedamos en buenas manos, con quien nos ama de verdad. Al conocerlo de algún
modo ya le pertenecemos, y cuando lo amamos, lo reconocemos como nuestro Padre
Fiel. Apacentar la grey es un “oficio de amor” dice San Agustín, y su objetivo
es conducir al pueblo fiel a confiarse en las manos del Padre, porque su misericordia permanece para siempre
(Salmo 99). Él es el que da
fuerza y poder a su pueblo (Salmo 67).
Cómo no ver en este pasaje de San Juan la pasión misionera que el
Pastor quiere inspirar en nosotros, sus pastores, pasión que devuelve a nuestra
Iglesia de Buenos Aires la renovadora tarea de evangelizar. El desvelo del
Pastor por su rebaño, a nosotros sacerdotes, nos vuelve a remover el óleo de la
unción que nos consagró para el apasionante oficio de apacentar, mientras que a
todos los bautizados, su pueblo fiel a quien guía, les vuelve a agitar el agua
del bautismo para comprender mejor que en el corazón de Cristo sólo cabe un
deseo: «Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.»
(1°Tm 2,4).
Queridos sacerdotes, el llevar con alegría este bendito oficio de
servir con amor pastoral −que recibimos como un don de su mano generosa−, nos
invita a renovar el entusiasmo por darlo a conocer a nuestro pueblo, para que
conociéndolo puedan amarlo y servirlo. El estilo cercano del Buen Pastor nos
señala el camino y el modo de ser pastores.
Pueblo fiel,
tanto nos ama Jesús Buen Pastor, que para alimentar en nosotros el deseo de la
vida divina se ha hecho Cordero pascual, Pan partido para dar la vida al mundo.
Nos ha dejado su bondad en el alimento que no perece. Él es el Pan bueno y
verdadero. En la Misa, Él se convierte en el sustento del peregrino mientras
camina hacia el lugar donde Él quiere llevarnos y compartir su Vida. Cada uno
toma de esta fuente de amor eucarístico, lo que necesita para el camino
cotidiano. Es el espacio sagrado donde escuchamos su Palabra y confesamos la fe
con los hermanos. La Iglesia Madre tiende la mesa común y sin exclusión, invita
a sus hijos a compartir el banquete.
Dios, el Supremo Pastor de las ovejas ha prometido darnos pastores
según su corazón (cf. Jer 3, 15).
Esa promesa se realiza plenamente en Jesús el Buen Pastor. En su divina pasión
se ha manifestado el amor misericordioso que brota de su corazón traspasado. La
caridad pastoral es aquella virtud cordial con la que nosotros pastores imitamos
a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio a los hombres. La caridad
pastoral determina nuestro modo de ser pastores hoy, de pensar y de actuar, (PDV
23) nuestra presencia de estar y caminar con la gente, y hasta nuestra oración e
intercesión, para que nuestro gozo sea hablar a Dios de los hombres y a los
hombres de Dios (San Juan de Ávila, Tract. Sac.).
Esa cercanía
que nos pone en la insustituible relación persona a persona, nos permite
anunciar que “Cristo murió por todos, y que la vocación suprema del hombre en
realidad es una sola, es decir, la divina.” Y que esa vocación se basa en que
“Cristo resucitó; y con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para
que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, ¡Padre!” (GS 22), para que nadie se sienta
huérfano en esta vida, porque tenemos un Dios que es Padre y siempre nos escucha
cuando lo invocamos. «Él secará toda lágrima de nuestros ojos.» (Ap 7,17;
21,4).
Al celebrar la figura del Buen Pastor en el comienzo de este nuevo
servicio pastoral que me pide la Iglesia, recibo un gran
consuelo y no puedo dejar de ver un signo de la Providencia que nos guía hacia
un rumbo luminoso y esperanzador, para que, pastores y pueblo fiel hagamos
juntos el camino de la evangelización. Con la elección del Papa Francisco, se
nos ha contagiado la alegría de tener un argentino –tan cercano y querido-, en
la Cátedra del Apóstol Pedro, y vimos cómo muchos compatriotas han renovado el
gozo de pertenecer a la Iglesia. Al mismo tiempo, el Señor nos interpela a
profundizar nuestro compromiso de discípulos y misioneros, para ofrecer la
riqueza del Evangelio a los que viven, trabajan y pasan por nuestra Ciudad, de
tal manera que conozcan a Dios Padre y sus dones de justicia, amor y paz.
(cf. Carta al Pueblo de Dios, CEA, abril de
2013).
Que no me falte en este servicio el amor a los pobres, sufrientes y
excluidos, que inspiró a nuestro patrono, el obispo San Martín de Tours, quien
supo remover de su corazón toda indiferencia; y de Santa Rosa de Lima quien me
acompañó en estos años. Invoco la presencia y protección amorosa de la Madre del
Pastor de los pastores, y le ruego que camine con nosotros; que Ella sea en el
firmamento de la Ciudad de Buenos Aires «estrella
de la Evangelización siempre renovada» (EN 81).
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