Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
(Juan 1, 1-ss)
La Navidad casi es una fiesta de todos, incluso de los que no son cristianos. Es un tiempo de reunión, de memoria, de encuentro.
La noche en la que nació Jesús fue ese tiempo propicio donde se encontraron el hombre y su Dios. Un Dios que se hizo y se sigue haciendo cercano.
Es una invitación a contemplar el Pesebre.
Marìa, José y el Niño, junto a los animales y los pastores. Una sencillez poblada. Un silencio lleno de la Palabra. La pobreza inundada por la riqueza de un Dios fiel. Las tinieblas invadidas por la luz.
El pesebre tiene que ser nuestro corazón, invitado a despojarse de todo aquello que puede ocupar en el corazón el lugar para Jesús.
Es una invitación al silencio contemplativo que deje lugar a la Palabra, para que ella se "haga carne" en nosotros, en nuestras vidas, en nuestra existencia.
Pobreza y silencio que nos haga centrarnos en lo profundo. Descubrir lo superficial que nos aturde y los ruidos que no dejan escucharnos ni escucharlo a Dios.
Pidamos en estos días crecer en el misterio del nacimiento.
Pidamos silencio y contemplación.
María nos conduzca al encuentro con su Hijo.
Bendiciones
P. Javier
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