Querida comunidad,
queridos amigos:
El miércoles 10
de febrero comenzamos, con la celebración de cenizas, el tiempo de Cuaresma.
Más que un
tiempo, a mi entender, es un camino donde el Señor nos va proponiendo
“ejercicios” para el alma, en orden a preparar el corazón a recibir el gran
fruto de la Pascua: la vida que nos trae la Resurrección.
Esta invitación
se hace concreta en actitudes del corazón. El centro es la vivencia de tres
pilares: la oración, el ayuno y la limosna
La oración como
espacio de tiempo para el encuentro del Señor. El otro día pensaba que casi el
10 % del día lo dedicamos a comer (desayuno, almuerzo, merienda, cena y alguna
que otra cosita), ¿cuánto dedicamos para alimentar el espíritu? Si mal no
recuerdo, rezar -como decía Santa Teresa- es tratar de amistad estando muchas
veces a solas con quien sabemos nos ama. ¡Qué lindo es pensar y experimentar
que la oración es “trato de amistad”.
El ayuno y la
abstinencia son ejercicios para ordenar la propia vida, para saber dominarnos.
Es una invitación a descubrir de qué cosas somos esclavos, qué cosas nos son
difíciles de dejar. No es el mero ayuno o abstinencia de alguna comida, sino
quizá el ayuno de lo que nos gusta o el celular, la computadora, o la TV, ayuno
de lengua (lo que decimos)… hay que buscar qué ayunar.
La limosna (u
obra de caridad) es traducir en gestos concretos aquello que ayunamos. Mi ayuno
voluntario tiene que ser para acompañar al que ayuna involuntariamente. Mi
privación de comida para dar comida al que menos tiene, mi privación de algo
que me gusta o el tiempo de TV o computadora para estar con otro que se encuentra
solo o enfermo, que necesita mi tiempo, que quizá necesite que le hagamos las
compras.
La clave de la
Cuaresma y en especial del Año de la Misericordia, creo que busca que
crezcamos en este último aspecto. Por ello me pareció lindo compartir con todos
el número 15 de la Misericordie Vultus
del Papa Francisco, donde convoca al jubileo de la Misericordia:
“Es
mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las
obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar
nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para
entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los
privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta
estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como
discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de
comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al
forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos.
Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo
necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste,
perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar
a Dios por los vivos y por los difuntos.
No
podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si
dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero
y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo
o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a
superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad;
si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas,
sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la
pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si
perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de violencia
que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios
que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la
oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está
presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo
martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los
reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras
de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el
amor» (Palabras de luz y de amor, 57)”
El Papa nos
recuerda que nuestra vida será juzgada en el amor. Nuestros gestos son los que
hacen la diferencia, para los demás y también para nosotros.
Este creo que
tiene que ser nuestro EXAMEN DE CONCIENCIA tanto PERSONAL como COMUNITARIO.
Se nos abre una
linda oportunidad para renovarnos y acercarnos al SACRAMENTO DE LA
RECONCIALICION.
Me gusta pensar
el CONFESIONARIO como la “Casa de la Misericordia”. Redescubrir el sentido
profundo de lo que significa confesarse.
Qué bueno
sería, teniendo de trasfondo las obras de misericordia, que podamos acercarnos
a la confesión no con un listado de lo malo que hice sino que hagamos un
ejercicio nuevo: ir frente al Santísimo o al Sagrario o con la Palabra de Dios en
las manos, y así preguntemos al Señor que es lo que tenemos que confesar, lo
que tenemos que sanar, lo que esta torcido en nosotros, cual es la obra que
quiere hacer en nosotros…
Misericordia es
que Dios tiene corazón conmigo, es el abrazo incondicional del Padre.
Nunca hay que
olvidarse que el Sacramento del perdón es la caricia de Dios en el alma que
busca sanar las heridas de la vida.
De la mano de
María caminemos hacia la Pascua.
Bendiciones
para todos.
P.
Javier
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