CORPUS CHRISTI 2013
Gn 14, 18-20: En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, que era
sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo a Abram,
diciendo: «¡Bendito sea Abram de parte de Dios, el Altísimo, creador del cielo
y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus enemigos en
tus manos!». Y Abram le dio el diezmo de todo.
Salmo 109:
Dijo el Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
mientras yo pongo a tus
enemigos
como estrado de tus pies».
2 El Señor extenderá el poder
de tu cetro:
«¡Domina desde Sión, en medio
de tus enemigos!».
3 «Tú eres príncipe desde tu
nacimiento,
con esplendor de santidad;
yo mismo te engendré como
rocío,
desde el seno de la aurora».
4 El Señor lo ha jurado y no
se retractará:
«Tú eres sacerdote para
siempre,
a la manera de Melquisedec».
1°Cor 11,23-26: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido,
es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan,
dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes.
Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa,
diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre
que la beban, háganlo en memoria mía». Y así, siempre que coman este pan y
beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva.
Lucas 9,11b-17: El los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la
salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron
los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y
caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en
un lugar desierto». El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos
dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos
nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». Porque eran alrededor de
cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar
en grupos de cincuenta». Y ellos hicieron sentar a todos Jesús tomó los cinco
panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos
la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los
sirviera a la
multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se
llenaron doce canastas.
El Pan para
la Misión
Muy queridos
amigos en Cristo Jesús:
Acudimos a la
cita de un nuevo encuentro con Jesús resucitado. Sí, el Corpus Christi es la
fiesta anual de los hermanos que celebran y reviven la presencia de Jesús en el
gran signo del Pan de Vida que es su Cuerpo, para comerlo y renovar su gracia
en nosotros. Nos mueve el deseo de encontrarnos como Iglesia peregrina , que
necesita de la comunión con su Cuerpo y desea volver a gustar de su amistad
divina, para pasearlo por la ciudad y anunciarlo con alegría en la misión.
Sí, hoy el
Resucitado se va a partir y repartir nuevamente, como el pan del camino que
multiplicó Jesús en el Evangelio de San Lucas, pero ahora para infundir en sus
amigos el coraje de salir al encuentro de sus hermanos.
Nos recibió
primero su Palabra y vemos que la mesa está tendida y bien dispuesta para
celebrar la Eucaristía, que para nuestra fe católica es un misterio de
intimidad. Cuando los cristianos de la comunidad de Corinto celebraban la
fracción del Pan, San Pablo les exhortaba: «Examínese, pues, cada cual, y coma
así este pan y beba de este cáliz» (1 Co 11, 28). Diciendo estas cosas nos
invita también a nosotros para que cada uno aprecie el don al que somos
convidados, para que Él, con su delicada visita encuentre corazones bien
dispuestos a recibir semejante gracia y a dejarse transformar en sus
misioneros. No obstante, aun cuando lo recibimos personalmente en la intimidad,
en nosotros, el sacramento de la Eucaristía despliega su virtud divina y va más
allá de nuestros templos, de nuestra comunidad, de nuestro barrio y ciudad,
hasta alcanzar insospechables periferias, donde hombres y mujeres lo esperan, y
para nuestra sorpresa lo reciben como la alegría de sus días. La misión tiene
esas cosas sencillas y misteriosas, comienza cuando los discípulos se alimentan
del Pan de Vida, y transformados por Él, se convierten en portadores de la
mejor noticia que esperan recibir los hombres: Cristo murió y resucitó verdaderamente,
y ahora vive y comparte nuestra vida cotidiana.
Acabamos de
escuchar en el Evangelio según san Lucas el milagro de la multiplicación de los
panes y los peces. Una multitud lo seguía hasta «un lugar desierto», Jesús los
«recibió» y les enseñaba acerca del Reino de Dios, y conmovido por los que
sufren enfermedades curó a muchos que lo necesitaban −aclara el texto−. Ahora
bien, el espíritu de acogida del Maestro contrasta con la actitud de sus
apóstoles, porque la primera reacción fue sacárselos de encima; caía la tarde y
la cuestión era despacharlos para que la gente se la rebuscara como pudiera.
Habían optado por el camino
menos comprometido e insolidario, además, ya habían recibido suficiente. No nos
asombremos, porque no está lejos de nuestros sentimientos y acciones, cuando
alguien nos pide algo que nos incomoda. Para Jesús no es cuestión de palabritas
de consuelo, sobre todo cuando la necesidad está a la vista. Sin sospecharlo
siquiera, los discípulos iban a recibir una enseñanza que les cambiaría su
forma de pensar, y la respuesta de Jesús no se hizo esperar: «Denles de comer
Uds. Mismos». Ellos le ofrecieron poca cosa para tantos: «cinco panes y dos
pescaditos». Me los imagino encogidos de hombros y diciendo como nosotros:
«¡Maestro, es lo que hay!» Así quedaba en evidencia las limitaciones de los
recursos con que contaban. Pero el Señor, que con poco que le ofrezcamos hace
mucho, no despreció la ofrenda y la convirtió en dones abundantes para todos.
Recordemos esta enseñanza evangélica: aunque a veces somos poco generosos en
dar o darnos, sin embargo, Él lo toma igual y lo multiplica hasta
sorprendernos. Los gestos de sus ojos elevados al cielo y las palabras de
bendición que Jesús dijo en aquel atardecer, nos sugieren lo que en momentos vamos
a hacer con el pan y el vino de nuestras pobres ofrendas en la Misa, las que Él
mismo se va a encargar de transformar en su Cuerpo y su Sangre, para que no
tengamos hambre ni sed en el desierto de esta vida. Nuestra ofrenda puede ser
pobre, pero necesaria, para que Él la transforme en don de amor para todos.
Miren la
delicadeza del Señor, que después del milagro, pone en manos de sus apóstoles
la abundancia de dones que antes no tenían, para que sean ellos los que den de
comer a la gente. Así
pasa en la Misión: primero se nos ofrece en Pan de vida, para que animados con
su presencia en nosotros vayamos a anunciarlo y darlo a conocer.
Todavía
quiero reparar en un detalle, pues el texto concluye: «Todos comieron hasta
saciarse» (cf. Lc 9, 11-17). Hoy el Señor quiere servirnos nuevamente y desea
que todos los hombres y mujeres se alimenten de la Eucaristía, porque es para
todos. Así como en la celebración del Jueves Santo la liturgia nos ilumina para
entender que existe una estrecha Cena y el misterio de la muerte de Jesús en la
cruz, hoy, en la fiesta del Corpus Christi, con la procesión y la adoración
común de la Eucaristía nos recuerda que Cristo se inmoló por la humanidad
entera. Su paso por las casas y las calles de nuestra ciudad de Buenos Aires,
será para sus habitantes un ofrecimiento de alegría, de vida inmortal, de paz y
de amor. (cfr. Benedicto XVI, Homilía del Corpus, 2007)
Yo sé que a
este Corpus le falta algo, porque al menos Uds. pensaban que lo iban a tener a
nuestro querido Cardenal Bergoglio presidiendo esta fiesta, como lo hizo tantos
años. Pero para que no lo extrañen les comparto unas palabras que él pronunció
en el Corpus de la
ciudad de Roma que tuvo lugar el jueves pasado para todo el
mundo: “Preguntémonos –dice el Papa Francisco− ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla
en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que
seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una
posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás.
Y son
justamente los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus
posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen sentar a
la muchedumbre y distribuyen −confiándose en la palabra de Jesús− los panes y
los peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia,
pero también en la sociedad, existe una palabra clave a la que no tenemos que
tener miedo: “solidaridad”, o sea, saber poner a disposición de Dios aquello
que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir , en el
donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Solidaridad: ¡una palabra mal
vista por el espíritu mundano! Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye
para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros
experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no
se acaba jamás, una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se
hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la
oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo, la
muerte.” (Hom. Corpus, 2013)
Que cada uno
renueve con el Cuerpo de Cristo, la alegría de la fe y el entusiasmo para la misión. Recordemos
que recibir bien a la gente en nuestras comunidades, atender al que necesita
una mano, enseñar las cosas de Dios y ser solidarios ante toda miseria humana,
definen el estilo pastoral y misionero que Jesús hoy nos deja en el Pan de
Vida. Amén.
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