Oración del Te Deum
«Yo vivo y también ustedes
vivirán»
1810-25 de Mayo-2014
En primer lugar se proclamo el evangelio de San Juan 14, 15-21:
Durante la
última Cena Jesús dijo a sus discípulos: Si ustedes me aman, cumplirán mis
mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté
siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque
él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré
a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán,
porque yo vivo y también ustedes vivirán.
Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo
en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama;
y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».
Palabra del Señor.
Homilía del Arzobispo:
Durante la última Cena han pasado muchas cosas que
asombraron a sus discípulos. El rito judío para celebrar la Pascua no admitía
variantes, durante siglos se ha usado la misma liturgia, sin embargo Jesús
introduce una inesperada novedad. El que hasta el momento se había revelado como
Señor y Maestro, se abajó hasta convertirse en esclavo, lavando los pies a los
comensales. La imagen de un Dios inclinado y servicial quedará como lección
perpetua para su Iglesia y todos recordamos su exhortación: «Les he dado el
ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»(Jn 13,15). Los
apóstoles, al verlo recordaron su enseñanza durante su ministerio público: “el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo.”(Mt 20,27). La palabra de Jesús reviste una autoridad
incuestionable, pues a sus enseñanzas le siguen gestos y milagros que revelan
su condición divina. Sorprende su pedagogía, porque de su boca surge un
lenguaje nuevo del amor humano y sus manos lo expresan en el servicio; ambas
revelan el corazón de un Dios misericordioso y compasivo.En aquella misma escena
el Maestro les entregó el mandamiento nuevo: «Ámense
los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos
a los otros.»(Jn13,34). El
mensaje de Jesús es claro y directo: si decimos que lo amamos debemos guardar
su palabra y cumplir su mandamiento de amor.El mismo evangelista trasmitirá con
fidelidad esta verdad a su comunidad: «El que
dice:
«Amo
a Dios»,
y no ama
a su hermano,
es un mentiroso.
¿Cómo puede amar
a Dios,
a quien no ve,
el que no ama
a su hermano,
a quien ve?» (1° Jn 4,20). Jesús nos devuelve la confianza en
la fuerza del amor, reina de todas las virtudes y principio fundante de esta
historia que celebramos.
En ese clima, el Señor anuncia su partida al lugar
de donde vino, y sus discípulos no disimulan la tristeza y la pena que los
embargan. Él promete no dejarnos huérfanos y rogará al Padre para que nos envíe
el Espíritu de la Verdad, que permanecerá a nuestro lado en el camino de la
vida, es el Espíritu Santo, la persona divina por quien Dios habita en
nosotros, infundiendo en los hombres el conocimiento de toda virtud y bondad.
El mensaje evangélico viene en nuestra ayuda para elevar una oración de acción
de gracias por las personas comprometidas en la Revolución de Mayo que dio
origen a nuestra nacionalidad; entre otras razones porque domina en el texto
una frase que nos alienta a seguir confiando: «Yo vivo y también ustedes vivirán», expresión que conjuga el eterno
presente de «Aquél que es, que era y que vendrá.» (Ap 1,4). El Dios de la Constitución Nacional, creador y fuente de toda
razón y justicia, «no es un Dios de muertos, sino de vivientes».(Mc 12, 27). Si lo confesamos como Señor de la
Historia, presente en los acontecimientos, entonces es posible encontrar
abiertos los caminos de la esperanza para todos, porque Él no se alejó de
nuestra condición humana para dejarnos solos, muy por el contrario, entre otras
presencias quiso quedarse entre los más necesitados y excluídos: «Les aseguro
–dice Jesús- que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,
lo hicieron conmigo». (Mt 25,40). Mientras que en la Argentina haya personas
que amen sinceramente y se sacrifiquen por el prójimo, como la generación de
patriotas de la Revolución de Mayo que hoy evocamos,podemos descubrir la
presencia de Cristo resucitado que nos sigue diciendo: «Yo vivo y
también ustedes vivirán».
“Nosotros somos invitados a refundarnos en la
soberanía del amor simple y profundo, del amor que hoy escuchamos en el
Evangelio”[1],
nos decía en su último Te Deum, quien ahora ocupa la cátedra de San Pedro. Hoy,
el Papa Francisco lleva al magisterio universal de la Iglesia lo que tantas veces
enseñó entre nosotros. Personalidades de todo el mundo lo siguen visitando ya
ellos les dice: “Cuando los
líderes de los diferentes sectores me piden un consejo –dice el Santo Padre-,
mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de
que una persona, una familia, una sociedad, crezca; la única manera de que la
vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que
todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno
en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él
con actitud abierta y disponible, sin prejuicios. Esta actitud abierta,
disponible y sin prejuicios, yo la definiría como humildad social que es la que
favorece el diálogo. Sólo así puede prosperar un buen entendimiento entre las
culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones
previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada una. Hoy, o se
apuesta por el diálogo, o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos
perdemos, todos perdemos. Por aquí va el camino fecundo.”[2]
Si
miramos nuestra historia patria en clave coloquial, desde el Cabildo abierto y
el Congreso de Tucumán hasta nosotros, los momentos de desencuentros entre
argentinos se han superado con originales y creativos encuentros de diálogo.
Así, partiendo de lo que tenemos en común,se resolvieron las divergencias,
crisis y enfrentamientos, para dejar paso, con sabiduría y fe, a lo razonable y
justo en favor de los intereses nacionales. De la concordia surgieron Constituciones
que rigen la convivencia nacional y dieron vigencia al Estado de derecho; los
códigos de leyes, las instituciones democráticas que nos gobiernan, la salud y
la educación públicas,el progreso para la dignidad de todos, y su mayor
riqueza: la identidad cultural de un pueblo que todos los días confirma una
contundente vocación familiar al trabajo y al estudio, a la paz y a la
solidaridad fraterna. Retomar siempre y sostener en el tiempo la cultura del
encuentro fraterno y el arte superior del diálogo, es garantía de una saludable
vitalidad para nuestra bendecida Democracia.La Patria es un don recibido y la Nación una tarea
constante de amor y sacrificio, que nos compromete a todos.[3] La
unidad entre hermanos sigue siendo la ley primera…
El Venerable Papa Pablo VI, a quien Francisco
beatificará en octubre próximo, fue quien sostuvo y llevó a término el Concilio
Vaticano II,convocado por San Juan XXIII. Es al primer Papa, que en su
peregrinación visitó América Latina, a quien le debemos inspiradas páginas
sobre la doctrina del diálogo. Este arte de la comunicación espiritual
contempla cuatro características. El primer carácter es la claridad de palabras y de ideas, porque es un ejercicio de las
facultades superiores del hombre, y por lo mismo, vale la pena revisar nuestro
lenguaje, ya que estamos ante uno de los mejores fenómenos de la relación humana.
Otro carácter es, además, es la afabilidad,
la actitud de Cristo cuando nos dice: «Aprended de Mí que soy manso y
humilde de corazón.» (Mt 11,29);
el diálogo deja de lado el orgullo, respeta al semejante y su autoridad es
intrínseca por la humilde verdad que expone, por la caridad que difunde y por las
razones que propone. Es pacífico, sabe esperar y es generoso. Hay un tercer
carácter y es la confianza,
tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por
parte del interlocutor; además promueve la familiaridad y la amistad social.
Finalmente, la prudencia pedagógica,
que tiene muy en cuenta las condiciones culturales, psicológicas y morales del
que escucha.[4]
La prudencia es una virtud de la acción, pero que no pierde de vista la dignidad
del otro, ni lo denuesta. A estas cuatro notas, el Papa Francisco agrega que en
una mesa de diálogo social, nunca deberá faltar el interés y la ocupación por
los más pobres, los pequeños y más vulnerables, para “prestarles
nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a
interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos
a través de ellos”.[5]
Mirando a Santa María de Luján, la
Virgen Madre de los humildes y mujer fuerte del Evangelio, la que ha puesto su
esperanza en Dios y no quedó defraudada, le pedimos su bendición para seguir
construyendo una Patria de hermanos.
+Mario Aurelio Poli
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