“Cuando
Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de
Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces
le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús
lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas
y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo,
suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Abrete». Y en seguida se abrieron
sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús
les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más
insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».” (Marcos 7, 31-37)
El evangelio de este domingo
nos relata un milagro de Jesús donde hace oír y hablar a un sordomudo.
Lo cierto es que Jesús no hizo
muchos milagros sino solo algunos para suscitar un movimiento en el corazón e
invitar algo más profundo. Este milagro nos invita a abrir los oídos, los ojos,
el corazón.
Esta semana fuimos invadidos
por la foto de un chiquito que falleció en un intento de buscar nuevos
horizontes junto a su familia.
La guerra los hizo migrar,
como a muchas de nuestras familias. En Argentina los menos somos herederos de algún
pueblo originario o de alguna de las primeras familias españolas del siglo 16.
Mi padre con sus padres vinieron de la Polonia post guerra. Otros de España o
Italia, de algún otro país europeo. También en los últimos años tanto de Paraguay
como Bolivia.
Realmente nos podemos
identificar como un crisol de razas. Casi todos nuestros antepasados llegaron a
Argentina escapando del hambre y buscando un mundo mejor.
Intuyo que Jesús hoy nos
invita a abrir los ojos y los oídos a la realidad que nos circunda, a abrir el
corazón.
Me venía a la mente la frase muy
común entre nosotros “te lo dije antes
pero vos nunca escuchas” o esta otra “está
delante de tuyo y no lo ves” y el refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
La realidad está ahí nomás y
nos llama.
Jesús nos invita a que estemos
más atentos. A que abramos los ojos, los oídos, el corazón. Que nuestras manos
y nuestra boca se abra para acoger al otro que tenemos cerca, al prójimo, que
no es otro que nuestro próximo.
Pidamos la gracia de dejarnos
tocar el corazón y que la reacción a una foto no sea algo más sino el compromiso
firme de intentar ser solidario con el otro que viene.
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