Comparto la nota que José María Di Paola (Padre Pepe) publicó en LA NACION el pasado fin de semana
El consumo de drogas en la población
más desprotegida
La cuestión no es despenalizar
Mientras estaba en las villas, hace
un par de años, los periodistas me pedían mi opinión acerca de la
despenalización del consumo de drogas. Les comentaba que me parecía que se
trataba simplemente de la última página de un libro y que primero había que
tratar de llenar las páginas anteriores con la búsqueda de una sociedad más
equitativa, para que los jóvenes más pobres y marginales fueran accediendo al
sistema y pudieran ejercer su supuesta libertad de elección.
En la actualidad, vemos que desde
posturas científicas serias, que trabajan a partir de las evidencias, se afirma
una posición favorable y otra contraria a la despenalización. La realidad es
que no podemos mirar el ejemplo de Portugal -que despenalizó el consumo
personal hace más de diez años- y su camino de reducción de la demanda y
compararlo sin más con realidades tan comunes en la Argentina como las que se
viven en las villas de emergencia, partidos del conurbano bonaerense como La
Matanza o el monte santiagueño, por ejemplo. Sería un despropósito y no deja de
ser un argumento falaz.
En charlas con peritos de diferentes
países, he constatado que ni la guerra contra las drogas ni la legalización de
ellas responden o dan una solución y, menos, a los sectores más empobrecidos.
Aun países desarrollados están todavía en un tiempo de análisis y búsqueda.
Las posturas científicas, como
también cualquier otro análisis, deben tener en cuenta a los más pobres: tanto
en su opinión como en el impacto en ellos de las medidas diseñadas. Allí está
el verdadero progresismo social.
En este debate en el que sólo
participa una pequeña parte de la nación no puedo dejar de tener presente los
ojos de los niños y jóvenes de las villas de emergencia, parte de esta
Argentina profunda donde viví tantos años de mi vida.
En esas discusiones escucho hablar
sobre "la libertad de elección del consumidor" y en ese preciso momento
vienen a mi mente las historias de tantos jóvenes de la villa
"excluidos" de la sociedad. Ellos, por supuesto, no conocen el
"uso recreativo de las drogas", porque no tienen las posibilidades de
una vida acomodada o de inclusión.
Más bien tendríamos que preguntarnos
si en ese contexto de pobreza y marginalidad en el que viven los niños y
jóvenes en villas y barriadas pobres se puede hablar de libertad de elección en
el consumidor. Habría que preguntarse si no estamos agregando a la vida de
estos hermanos más pobres un problema que después no vamos a ayudar a resolver.
En la Argentina, lo que quizás es
recreativo para un joven de clase media o alta se torna fatal en los ambientes
pobres y marginales. Es necesario comprender que la vulnerabilidad social aumenta
cuando no hay oportunidades de inclusión real; y que, a mayor vulnerabilidad,
la brecha entre el consumo recreativo y el consumo problemático se acorta
dramáticamente. El joven pobre no tiene de dónde asirse, porque vive la
fragilidad en lo escolar, en lo laboral y lo sanitario; en consecuencia, un
simple consumo de porro tiende a arraigarse más rápido y con mayor fuerza.
Es necesario que antes de hablar de
despenalizar se implemente un programa preventivo en las escuelas, que existan
centros barriales -como el Hogar de Cristo, presente en las villas 21, 31 y
1-11-14 de Buenos Aires-, y proyectos de inclusión en salud, trabajo y
vivienda.
Creo fervientemente que no se debe
criminalizar al adicto. Junto a mis compañeros sacerdotes villeros tenemos una
vida comprometida en esta causa que nos avala. Son miles los adolescentes y
jóvenes que han pasado por nuestros programas de prevención y recuperación en
la villa 21; cada uno con sus ilusiones, sus metas por alcanzar en la vida en
un medio tan adverso. Hemos conocido a muchísimos chicos adictos que luchan por
estar bien, por superar la adicción que les impide experimentar la paz y la
felicidad. Hay quienes recaen y se vuelven a levantar por esa luz de esperanza
que guardan en su corazón. También hemos acompañado a otros en el duro momento
de la privación de la libertad porque cometieron algún delito bajo los efectos
de la droga, y hemos despedido con tristeza, en el cementerio de Flores, los
restos de muchos que murieron por la droga.
El Estado tiene una deuda social muy
grande con estos chicos que padecen estado de abandono en la calle,
tuberculosis y sida, desamparo escolar y, sin embargo, pueden acceder a las
armas y a la droga con una facilidad extraordinaria.
Coincidimos con los que afirman que
la adicción es una enfermedad.
Este planteo ayuda a ubicar al
adicto en un lugar más justo y a no criminalizarlo. Esta mirada positiva tiene,
sin embargo, un largo camino de ejecución para que los adictos más pobres
puedan acceder al sistema sanitario, que, además, está colapsado y no se
encuentra preparado para desintoxicarlos y asistirlos.
Si alcanzara con un tratamiento
convencional, bastaría con que el Estado otorgara mayor cantidad de becas para
internación. Pero el desafío que el paco nos presenta nos obliga a ser mucho
más creativos y a entender que este proceso de inclusión llevará muchos años.
Qué decir de los changuitos que en
los pueblos del interior no cuentan con servicios médicos básicos, como
psiquiatras y psicólogos, y deben trasladarse a la ciudad capital para ser
atendidos aun cuando allí tampoco existen lugares a los que los profesionales
puedan derivarlos.
Desde el año pasado he recorrido
muchas ciudades de la provincia de Santiago del Estero, donde vivo actualmente.
He sido invitado por intendencias, consejos deliberantes, escuelas y diferentes
organismos no gubernamentales para dar charlas sobre mi experiencia en la villa
de Barracas y he visto que padres, docentes y autoridades tienen la misma
preocupación: qué hacer ante la dura realidad de que en sus pagos hay
adolescentes que se drogan.
Miran la marihuana, o cualquier otra
droga, como una novedosa propuesta negativa para la vida. Frente a esta
"novedad" y buscando caminos de superación, quedan azorados cuando
ven por los medios televisivos que en Buenos Aires se hacen marchas y se
discute la despenalización del consumo de drogas.
Les parece un debate de otro país.
Quizá querrían decir algo; pero este tema no se abrió para charlarlo en las
escuelas ni se profundizó en el interior de nuestra patria. A veces los
habitantes de las megaciudades creen representar a toda la Argentina en sus
debates, pero debemos darnos cuenta de que, por su gran riqueza regional e
histórico-cultural, nuestro país es mucho más grande que nuestras ideas.
¿Alguna vez nos animaremos a cotejar
nuestras opiniones con todos los argentinos convencidos de que la opinión del
otro puede aportar algo de verdad, y sin pensar que todo diálogo es un
Boca-River?
En fin, lo más urgente es ocuparnos
como sociedad de los primeros capítulos de ese libro imaginario, en los que
todos podemos aportar algo positivo para disminuir la brecha social entre
jóvenes que tienen al alcance de su mano lo suficiente para una vida digna y
otros que están sumergidos en la más cruel marginalidad.
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