Al enterarse de
eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas
lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús
vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al
atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto
y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a
comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles
de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco
panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la
multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados,
y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus
discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron
hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que
comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños (Mt
14, 13-21).
San Cayetano,
bendecí nuestra Patria con pan y trabajo para
todos.
Como todos los años, estamos de nuevo
hoy aquí, para tener nuestro encuentro con el Santo amigo de Jesús y de su
pueblo. Un encuentro de cercanía, de agradecimiento, de petición… ¡tantas cosas
que traemos en el corazón! Y la petición que hacemos juntos este año es algo
especial. No pedimos directamente “por favor, danos pan y trabajo”, sino
“bendecinos con estos dones”. El pedido principal es una bendición: San Cayetano, bendecí nuestra Patria con pan y trabajo
para todos.
A alguno quizá le parezca poca cosa
hacer una cola tan larga para pedir sólo una bendición; y más todavía si el
pedido es que nos bendiga con pan y trabajo. Es verdad que el trabajo está duro,
cuesta conseguirlo; y el pan está caro (el más barato como a $7 el kilo). Pero
hay algo más: si se fijan bien la bendición se agranda al comienzo y al final
del pedido: donde decimos “nuestra
patria” y “para
todos”.
Así que venimos con un encargo
importante, venimos en representación de todos a pedir la bendición grande que
necesita nuestra patria. Hay gente que maldice “este país” o porque no le gustan
algunas cosas o algunos de sus compatriotas. Nosotros no maldecimos. Puede ser
que protestemos o que discutamos, pero no sólo no maldecimos sino que, como
sentimos que nuestra bendición no basta, venimos a pedir la bendición de Dios:
que bendiga nuestra Patria, en todos sus habitantes, en toda su historia y su
geografía. Y a San Cayetano, que la bendiga con la bendición tan necesaria para
una vida digna: con la bendición del pan y
del trabajo para todos.
Para
todos… El evangelio dice que Jesús alzó
los ojos al Cielo, bendijo los cinco pancitos y los pescados, los partió, los
repartieron y “todos comieron
hasta saciarse”. Que el Padre nos dé el pan nuestro y el trabajo de cada día es
una bendición. Pero no sólo es una bendición cuando lo tenemos en la mano; ya
desearlo para todos es una
bendición. Abrir el corazón y sentir presentes a todos, como hermanos, es una
bendición.
Indignarnos
contra la injusticia de que el pan y
el trabajo no lleguen a todos es una parte de la bendición. Colaborar con otros,
partiendo y repartiendo nuestro pan, es la otra parte de la bendición que
pedimos.
San Cayetano, bendecí nuestra Patria con pan y trabajo
para todos. ¿Y saben por qué es
una bendición desear y luchar para que haya pan y trabajo para todos? ¿Saben por
qué? Porque este buen deseo y esta lucha le hacen bien al corazón, lo alegran, lo
ensanchan, lo hacen latir con felicidad. Jesús lo decía así: “Felices los que
tienen hambre y sed de justicia, porque serán
saciados”.
La justicia es la que alegra el
corazón: cuando hay para todos, cuando uno ve que hay igualdad, equidad, cuando
cada uno tiene lo suyo. Cuando uno ve que alcanza para todos, si es bien nacido,
siente una felicidad especial en
el corazón. Ahí se agranda el corazón de cada uno y se funde con el de los otros
y nos hace sentir la
Patria. La Patria florece cuando vemos “en el trono a la noble
igualdad”, como bien dice nuestro himno nacional. La injusticia en cambio lo
ensombrece todo. Qué triste es cuando uno ve que podría alcanzar perfectamente
para todos y resulta que no.
Nuestro pueblo tiene en el corazón
esta bendición del todo, que es la
que nos hace patria. Esa bendición se ve incluso en la humildad para mantener el
todo aunque sea en un restito, como cuando decimos “si no alcanza para todos, al
menos que alcance para todos los chicos” y colaboramos en el comedor infantil…
Decir “todos los chicos” es decir todo el futuro. Decir “todos los jubilados” es
decir toda nuestra historia. Nuestro pueblo sabe que el todo es mayor que las
partes y por eso pedimos “pan y trabajo para
todos”. Qué despreciable en cambio el que atesora sólo para su hoy,
el que tiene un corazón chiquito de egoísmo y sólo piensa en manotear esa tajada
que no se llevará cuando se muera. Porque nadie se lleva nada. Nunca ví un
camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre. Mi abuela nos decía: “la mortaja
no tiene bolsillos”.
Jesús nos enseñó que cuando no nos
sacamos el problema de encima y mandamos a cada uno a su casa, como querían los
Apóstoles, sino que invitamos a que se sienten todos y partimos nuestro pan,
nuestro Padre del cielo siempre nos bendice con el milagro de la multiplicación
y alcanza para todos. Por eso venimos a pedir hoy esta bendición tan especial
para nuestra patria. La necesitamos porque en la vida hay muchos que tiran cada
uno para su lado, como si uno pudiera tener una bendición para él solo o para un
grupo. Eso no es una bendición sino una maldición. Y fíjense qué curioso, el que
tira para su lado y no para el bien común suele ser una persona que maldice: que
maldice a los otros y que mal-dice las cosas: las dice mal, miente, inventa,
dice la mitad…
Mientras caminamos en la fila,
ensanchemos el alma con esta petición: “para
todos”. Abramos el corazón para pedirla cuando toquemos al Santo y
nos hagamos la señal de la cruz. Que San Cayetano nos
convierta en personas que desean el bien para todos, personas que luchan y
colaboran con Jesús para que esta bendición se haga realidad. Como los
apóstoles, que se animaron a ensanchar el corazón cuando al principio querían
que cada uno se fuera a su casa, y después colaboraron con el Señor en la tarea
de repartir el pan y juntar lo que sobraba.
Le agradecemos a Jesús el haber
traído esta bendición a nuestra tierra: él fue el primero en “desear el bien
para todos”, sin exclusión de nadie. Fue el primero y asoció a muchos que hoy
son nuestros santos, como San Cayetano, como nuestro Cura Brochero, santos
porque no recortaron la bendición, gente de esa que “hace sentarse a todos” y
“bendice y parte y reparte”. Que linda imagen: ser personas que bendicen y que parten y
reparten. Y no ser de los que maldicen y juntan y juntan, y después
no se van a poder llevar nada. Sólamente nos llevamos lo que dimos, lo que
repartimos, lo que compartimos.
San Cayetano,
bendice nuestra patria con pan y trabajo para todos.
Se lo pedimos también a
la Virgen.
Virgencita , bendecí nuestra patria con pan y trabajo para
todos. Ella se da cuenta cuando falta algo. ¿Se acuerdan del casamiento en
Caná?
Se lo pedimos a nuestro Padre del
Cielo: Padre, danos hoy a todos nuestro pan de cada día y que todos aceptemos la
invitación a trabajar en esta viña tuya que es nuestra querida Patria
Argentina.
Buenos Aires, 7 de agosto de
2012
Card. Jorge Mario Bergoglio
s.j.
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