El 30 de diciembre de 2004 a las 22.50 comenzó
una de las tragedias más grandes de la vida joven en la ciudad. Parece que fue
ayer lo que pasó. 10 años después parece que todo está igual.
Ayer por la tarde en la Catedral, acompañando
la misa, me volví a cruzar con rostros y pancartas. Las pancartas con las caras
siempre joven de los que no están; los rostros de los que las llevan demacrados
por el paso del tiempo, surcados por la tristeza lacerante de descubrir que
nada cambió en 10 años.
Las ausencias son palpables. Nos están los
chicos, que muchos aseguran son más de 194.
No están algunos papás que el dolor y la enfermedad
se lo llevaron en estos años.
Hay miles de sobrevivientes, muchos registrados
y otros tanto no.
Las heridas están, y al charlar veo que la
vida se abrió paso. Parejas se gestaron en la amistad de caminar juntos.
Hermanitos que aparecieron en la vida. Los hijos de algunos de ellos ya tienen
10 años más. Sobrinos que tomaron la posta de la lucha por la justicia.
No puedo olvidar la frase de una mamá cuando
comenzaban las marchas y muchos decían es un problema de ellos: “No entienden
que marchamos para que sus hijos vaya a lugares seguros, yo ya no recupero a mi
hijo”.
Los lugares siguen siendo inseguros. La
indiferencia es atroz. El individualismo cada año se hace más patente.
10 años de lucha para que no vuelva a pasar,
intentando dar vida desde la muerte de su ser querido.
10 años de ver los rostros que se van
envejeciendo pero que no bajan los brazos.
10 años de renovar la amistad con tantos que
se cruzaron en el camino.
10
años de esperanza.
10
años de amor compañero y fiel.
10
años que me enriquecen y dan fuerzas para seguir luchando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario